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Foto del escritorJorge Mendoza

Volvemos a la luna

Actualizado: 17 jun

Las últimas tres décadas del siglo XVIII marcaron una época fundamental para el desarrollo de lo que hoy es nuestro sistema político y económico. Muchos de los acontecimientos que la definieron tomaron forma en la ciudad de Birmingham Inglaterra en el seno de las reuniones que llegaron a llamarse “LA SOCIEDAD DE LA LUNA”.

En 1728 nació en esa ciudad Matthew Boulton y a los pocos años heredó un negocio de metalurgia que prosperó gracias a su habilidad empresarial. Para 1770 vivía en una gran casa llamada Soho House y allí se reunían cada mes, en la noche de luna llena, un grupo de caballeros importantes que se dedicaban a hablar de negocios, a divagar sobre invenciones y por supuesto a especular sobre política. Era un “club de gentlemen”. Entre los asistentes asiduos estaban hombres cuyos logros y aportes aun hoy son reconocidos y famosos, como Erasmus Darwin padre de Charles Darwin, James Watt, Adam Smith, Benjamín Franklin y muchos otros pensadores y hacedores de historia.

Vamos a repasar algunos de los eventos más claves de esos treinta años que se basaron en el proceso de ilustración de pensamiento del siglo de las luces y se concretaron en esas reuniones nocturnas de caballeros emprendedores:

En 1769 Richard Arkwrigth, a la sazón barbero de profesión y de 44 años, deposita la patente de la primera máquina automática para hilar algodón, iniciando así un proceso económico que cambio por completo al mundo hasta nuestros días: la industrialización. La utilización masiva de esta máquina y sus versiones mejoradas continuamente por otros inventores, le proporcionaron a Inglaterra las condiciones iniciales para constituirse en un emporio industrial algodonero.

Unos años mas tarde, en 1776, el dueño de la Soho House recibe como parte de pago de un préstamo que le había hecho a su amigo James Watt, la patente de una máquina que generaba movimiento contínuo, basando su fuerza en el vapor que se producía al calentar agua. Boulton introduce unas mejoras importantes a la máquina y logra aumentar su eficiencia. Aprovechando la abundancia de carbón de la tierra inglesa logra esparcir su invento, a tal punto que en 1800 ya se utilizaban más de 500 máquinas de vapor en diferentes factorías de su país. Se inicia la Revolución Industrial.

Pero el avance de las nuevas ideas no sólo se dio en el campo mecánico, en 1776 el economista y filosofo escoses Adam Smith publica su libro “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” que trajo los conceptos de la división del trabajo y la libre empresa, fundamentales para el crecimiento y sostenibilidad de la industria. El primero se refiere a que el trabajo mecánico se puede organizar metódicamente para lograr que la mano de obra se especialice en tareas repetitivas logrando una mayor eficiencia. El segundo se refiere a que las fuerzas económicas que mueven la producción e intercambio de bienes y servicios, se auto equilibra de modo que no es necesario que existan interferencias ni trabas a su desarrollo, tales como barreras de entrada o restricciones a los mercados, es decir la LIBERTAD DE EMPRESA. Los amigos del club de la Sociedad de la Luna, también llamados lunáticos, comprendieron pronto que las ideas del escoses les venían muy bien para organizar sus factorías y aumentar la producción a menores costos y por lo tanto incrementar sus ganancias. Se inicia el Capitalismo galopante.

Por otra parte, estos avances en los negocios se desenvolvían en un ambiente social y político muy especial tanto en Europa como en sus colonias americanas. El 4 de julio de 1776 el congreso de la unión de las 13 colonias británicas en Norteamérica refrendó la declaración de independencia redactada por el joven de 36 años Thomas Jefferson, iniciando el proceso de revoluciones de emancipación y rebeldía que caracterizaron la primera mitad del siglo XIX. La declaración terminaba con la arenga “VIDA, LIBERTAD Y BUSQUEDA DE LA FELICIDAD”. No cabe duda de que la ansiada libertad se esparcía por todos los estamentos sociales, políticos y económicos y constituía un anhelo generalizado, tal como lo comprueba el recuerdo del grito angustioso con que los franceses recorrían las calles de Paris unos pocos años después en 1789, aturdidos por la Revolución Francesa: LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD.

Podemos catalogar a estos caballeros lunáticos como los iniciadores de una era trepidante que en los siguientes dos siglos generaría avances tecnológicos, económicos y sociales, pero en la que también se enervaron odios, se produjeron guerras que dejaron más muertes que en toda la historia anterior y se crearon las más fuertes desigualdades económicas y sociales.

Revisemos muy someramente algunos ejemplos de emprendedores exitosos que siguieron la senda de esos señores “lunáticos” y acumularon grandes riquezas dentro del sistema capitalista naciente:

En 1794 Antoine Lavoisier, padre de la química moderna, es guillotinado bajo el Reino del Terror posterior a la Revolución Francesa, pero su asistente Éleuthère du Pont de Nemours de 23 años ya había aprendido lo suficiente de su maestro como para dominar el arte del manejo de la pólvora negra y su utilización en las armas. La familia de Éleuthère escapa de la barbarie francesa y se traslada a América en 1800 e instala una empresa de pólvora para cañones que, aprovechando la gran demanda proveniente de las guerras, la convierte en un emporio que subsiste hasta nuestros días con el nombre de “Sociedad E.I. du Pont de Nemours y Compañía.” y que hoy es famosa además por sus invenciones del papel celofán, el nailon, el teflón, la licra y otros elementos de uso práctico.

El nombre de James de Rothschild nos evoca otro gran ejemplo de emprendimiento esta vez no industrial sino financiero. En 1815 funda en Paris el primer Banco de Inversiones que apalancó el crecimiento de las industrias de la revolución industrial y llego a manejar buena parte del tesoro nacional francés. Como él, podemos citar nombres como John D. Rockefeller magnate del petróleo desde 1880, Thomas Edison genio de la distribución eléctrica; Henry Ford que puso a rodar al mundo en su automóvil  “modelo T”; el ingeniero francés Gustave Eiffel mundialmente conocido por erigir en el centro de la Ciudad Luz la torre que daba entrada a la Exposición Universal de 1899, conmemorativa del centenario de la Toma de la Bastilla ocurrida durante la Revolución Francesa y, muchos otros de una larga lista de hombres y mujeres importantes en la construcción de nuestro sistema económico.

Sin embargo, hay que decir que las reuniones de gentlemen de la “Sociedad de la Luna” no han terminado, solamente que hoy en día se celebran en la pequeña y pintoresca ciudad suiza de Davos en donde anualmente acuden a conversar de negocios, de economía y política mundiales, cientos de magnates, dirigentes y monarcas de muchos países de todos los rincones del planeta, congregados por una ONG llamada Foro Económico Mundial o WEF por sus siglas en ingles. En esa convención se dedican a sentar las bases de acción futura de los dominadores de la riqueza mundial. No, nada ha cambiado. Si analizamos que uno de los requisitos para que una empresa pueda ser miembro de esa Organización No Gubernamental es necesario que facture más de cinco mil millones de dólares americanos al año, entenderemos que el poder real del planeta no se sustenta en los gobiernos (democráticos o no) de los países, si no en las acciones de las grandes corporaciones que con su poder económico han conquistado el poder político y el manejo del planeta. Esto es lo que algunos han llamado la CORPOROCRACIA (también CORPOCRACIA) o sea el gobierno de las corporaciones, que además tienen una herramienta muy eficaz que se llama formalmente el “cabildeo” o grupos de presión que con el manejo del “lobby” le dan “orientación” a las políticas gubernamentales. Estos provienen de varios sectores económicos como la banca y las finanzas, la industria farmacéutica, grupos religiosos, medios de comunicación y varios otros. En 1961 el presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower mencionó públicamente por primera vez la existencia de un “complejo industrial-militar” que presionaba las decisiones del gobierno buscando obviamente aumentar sus ventas y ganancias con el mantenimiento de una política bélica, atizando conflictos en el mundo para hacer la guerra en cualquier parte y de cualquier manera. Ese grupo de presión, fuerte en todos los países, ha hecho ingentes cantidades de dinero en ganancias de sangre.




Volvemos entonces a recorrer los pasos de los iniciadores de los procesos económicos, políticos y sociales del siglo XVIII en sus reuniones de la Sociedad de la Luna, con las flamantes reuniones del WEF en Davos. La historia se repite: Volvemos a la Luna, pero esta vez al lado oscuro.









*Economista de en la Universidad de los Andes y Especializado en Economía Internacional en la Universidad del Rosario de Bogotá.

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