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Un nuevo rumbo desde el corazón del mundo

  • Ricardo Villa Sánchez
  • 29 jul
  • 4 Min. de lectura

Es mi Sierra Nevada,

es equilibrio,

eres la madre,

no te mereces que haya más sangre,

todos queremos que haya paz.


La letra de la canción “Es mi Sierra Nevada”, nació una tarde cuando vi al río Buritaca fundirse con el mar. Agua dulce y agua salada abrazándose, como si fueran parte de la misma herida o del mismo palpitar. Ahí supe que había que cantarle a la Sierra. A mi gente. A la paz. No fue una composición: fue una memoria dictada por la montaña. Le puse música a lo que desde siempre he llevado en la garganta. Le hablé a mis ancestros, a mis padres, a mi esposa, a mis hijos, a la matriz. Y la canción se volvió camino.


Santa Marta cumple cinco siglos. Y hay quienes aún creen que eso se celebra con champaña y discursos. Con nostalgia de blasones y monumentos coloniales. Pero no. Esta vez, se trata de otra cosa. De mirarnos distinto. De escribir con dignidad un nuevo relato. Porque una ciudad no se mide por su antigüedad, sino por su capacidad de transformarse.


Este Quinto Centenario no puede ser una fiesta sin memoria. Tiene que ser una promesa con alma. Un acto político, cultural y espiritual. Un reordenamiento profundo del territorio. Un desarme de la palabra. Una reconciliación con nosotros mismos. Porque Santa Marta ha sido durante demasiado tiempo una ciudad fracturada: entre la postal turística y la pobreza estructural, entre la ciudad formal y los cerros sin agua, entre el cemento que sube y el río que muere. Entre la corrupción y el narcotráfico, y la gente que resiste y sobrevive, que cree y que crea y hasta que se atreve a pensar.


Lo escribí hace cinco años y hoy lo sostengo: Santa Marta ha sido víctima de 500 años de olvido. Pero esta vez hay una posibilidad real de cambiar el rumbo. No desde Cundinamarca ni desde Dinamarca. Desde aquí. Desde el corazón del mundo. Desde la Sierra que aún habla y aún guía.


Porque la Sierra también cumple años. Y no conmemora la fundación española: es el corazón del mundo, desde mucho antes. Cada piedra, cada río, cada guardiana indígena sabe que hay otra historia debajo de la oficial. Una historia donde la palabra no es dominio, sino equilibrio. Donde la tierra no es propiedad, sino sagrada. Donde el agua no se privatiza, se cuida.


La paz total, si quiere ser algo más que consigna, tiene que empezar aquí. En la Sierra. En los barrios donde no llega el Estado. En las veredas donde el conflicto sigue vivo. Paz es recuperar la autoridad legítima del gobierno propio indígena. Es que el Estado llegue con dignidad y no con tanquetas. Con escuelas que enseñen verdad. Con médicos que hablen lengua materna. Con servidores públicos que no vengan a tomarse la foto, sino a quedarse.


Queremos un reordenamiento del territorio con justicia social. Que respete la Línea Negra. Que reconozca la vocación ambiental, cultural y espiritual de la Sierra. Que proteja sus nacimientos de agua. Que detenga la expansión de un modelo urbano depredador. Que garantice que el desarrollo no se mida en metros cuadrados de concreto, sino en calidad de vida.


Santa Marta puede ser mucho más que una ciudad de paso. Puede ser capital de una paz ambiental, una democracia territorial y una nueva narrativa del Caribe. Pero para eso hay que cambiar el lente. Mirarla no como periferia, sino como centro. No como reliquia, sino como faro.


La propuesta de una Santa Marta con mejores horizontes, propone justamente eso: un nuevo relato de ciudad. Desde lo ancestral hasta lo cosmopolita. Desde el mar hasta la montaña. Desde los pueblos indígenas hasta los barrios populares. Un pacto interétnico por el agua y el cuidado del territorio, con gobierno propio amplio. Una red de centros culturales comunitarios. Un programa de transición energética con justicia territorial. Turismo comunitario, libre y con alma. Participación joven, afro, indígena y popular en la planificación urbana. Potenciar la economía popular. Liberación social y política. Oportunidades de trabajo decente y digno. Una Santa Marta que nos incluya a todos.


Hay una palabra que no aparece en los afiches oficiales, pero que lo atraviesa todo: confianza. Necesitamos confiar en que la ciudad sí puede cambiar. En que el poder no siempre será clientelismo. En que los saberes ancestrales pueden dialogar con la ciencia. En que el arte puede sanar. En que la verdad puede unir. En que el territorio puede dejar de sangrar. En que logremos avanzar hacia el desarrollo humano sustentable.


No pedimos milagros. Pedimos coherencia. Sentido de pertenencia. Y un proyecto común por una ciudad más justa, más humana, más viva. Que los 500 años sirvan no para cortar cintas, sino para abrir caminos. Para sembrar memoria. Para desarmar los miedos. Para cantar, sembrar y gobernar con dignidad.


Una niña en Calabazo preguntó si este año volvería el río a correr limpio. Un viejo pescador en Taganga dibujó con tiza la palabra paz sobre la puerta de su rancho. Una lideresa de Mamatoco me dijo: “si no lo hacemos nosotros, ¿quién?”. Y un joven en Gaira rayó en una pared: la paz no es un premio, es un derecho. No es sólo rumba. Es un nuevo rumbo. Que venga con nosotros. Con todos. Con palabra. Con justicia. Con futuro. Desde la matriz, pulmón y corazón del mundo.


Abogado

@rvillasanchez

4 comentarios


Invitado
05 ago

Santa Marta la ciudad origen, corazón del mundo, 500 años indiferentes a sus latidos y gritos que nacen de lo más profundo de la Sierra Nevada, momento de transformar indiferencia en amor y verdadero compromiso.


"UN NUEVO RUMBO DESDE EL CORAZÓN DEL MUNDO"

Felicitaciones, buen mensaje Dr Villa

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Invitado
05 ago

Tu pensamiento debe ser el sentir de toda la sociedad sin distingo alguno. Es esperanzador que en el corazón de los jóvenes se encuentre la semilla para el germinar de un mejor mañana. Muy bien

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Invitado
03 ago

Bellisimo relato. Real, Conmovedor. Ojalá llegue al alma de todos como me llegó a la mia y nos conduzca a obrar mas que a hablar

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Invitado
01 ago

Bellísimo imaginario, poético y tan sentido como el mismo dolor, sangre y abandono que ha viajado en estas hermosas tierras y se queda y se va quedando perenne sin que toque las fibras de los que no la aman de verdad.

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