El abuso sexual infantil y la violencia intrafamiliar me causaron hondas huellas físicas y psicológicas que he ido sanando gracias a mi propósito de buscar ayuda y recurrir a todo aquello que ayudara a curar mi corazón. Hoy me siento diferente.
No soy la misma de ayer y esta transformación esencial ha traído consigo múltiples sentimientos, emociones e innumerables tropiezos que fueron superados. Cuando a una mariposa la obligan a salir del capullo antes de tiempo, sus alas no alcanzan a desplegarse por completo, ni sus colores a brillar con la luz del sol, sufre, pero al final, renace y vuela.
Los cambios vienen de adentro y no tienen que ver directamente con la influencia de otras personas o con factores ajenos a mi firme voluntad de sanar las profundas heridas del pasado, a pesar del concepto que tenía de mí y de los sucesos que llevaron a darme por vencida en más de una ocasión.
No pocas veces reflexiono sobre lo afortunada que fui al contar con los recursos necesarios para sobrevivir, a diferencia de muchas víctimas cuyo acceso al sistema de atención en salud mental resulta casi inalcanzable y las oportunidades para conseguir apoyo profesional son tan limitadas.
Mientras escribo, llegan recuerdos de episodios dolorosos de maltrato, gritos, golpes e insultos, hechos que escapaban al entendimiento de mi inocente mente infantil, violencia que se repetiría en otras etapas de mi vida, como si mi destino fuera ese, ser víctima de la ira y el descontrol de otros. Ocultaba los moretones causados, me avergonzaba, me sentía sucia e insignificante, odiaba mi cuerpo tanto como algunos lo deseaban y quise morir, no una, sino varias veces.
Gracias a Dios, a la atención terapéutica recibida de profesionales expertos en la materia y a mi propia capacidad de resiliencia, el destino trazado para mí no era ese. Ser madre me motivó de tal manera, que algunas de las piezas del rompecabezas de mi vida se fueron acomodando a punta de abrazos, amor y ternura; pedí auxilio a quienes tenían el conocimiento y la capacidad de apoyarme e inicié un retante camino hacia la sanación que me tomaría más tiempo de lo pensado.
Las vidas de mi abuela materna, mi madre y hermana también fueron afectadas por el flagelo de la violencia y el ser testigo de esos hechos creó en mí un patrón tergiversado de relaciones que asociaban el amor con el dolor, idea que hoy carece de fundamento cuando nos referimos a relaciones sanas, basadas en la armonía, equilibro y respeto mutuo.
Lamentablemente, lo ocurrido en mi familia no es un caso aislado y muchos de esos eventos han acarreado consecuencias irreparables para incontables seres humanos en todo el planeta; las cifras son tan solo una muestra de esta lamentable realidad, considerando que muchas de las víctimas no se atreven a denunciar por miedo, vergüenza o un sentimiento de desesperanza que las embarga cuando ven la respuesta institucional ante sus llamados de auxilio.
Entre enero y abril del año 2024, nuestro país registró un alto índice de víctimas de violencia intrafamiliar y de género; Medicina Legal reportó 177 homicidios de menores de edad y 121 mujeres asesinadas. Además, dicho Instituto informó sobre 11.195 situaciones de violencia ejercida contra niños, niñas y adolescentes durante el mismo periodo, de las cuales 5.889 fueron casos de presunto delito sexual, 2.754 de violencia intrafamiliar y 2.552 de violencia interpersonal.
En cuanto al ingreso de niños al sistema de protección, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) reportó 11.427 registros entre enero y marzo de 2024, atribuibles, principalmente, a falta absoluta o temporal del responsable, omisión o negligencia y violencia sexual, entre otros factores, números que evidencian que seguimos en deuda con nuestros niños.
Durante el año 2023 la situación no fue diferente. Según la Procuraduría General de la Nación, 607 menores de edad, fueron víctimas de muerte violenta y 69.660 niños, niñas y adolescentes ingresaron al programa del ICBF en razón a que sus derechos fueron vulnerados.
Así que mi historia es uno de muchos retratos de dolor. En lo que a mí respecta, odié a mis victimarios con la misma intensidad que detesté mi humanidad, hasta que comprendí que ese veneno que destilaba estaba acabando la luz de mi alma e intoxicando mi interior; no dañaba de ninguna manera a quienes me habían lastimado tanto y sí estaba destruyendo mi ser. Decidí entonces no dedicar un segundo más de mi existencia a los agresores y comencé a dedicar mi energía a apoyar a las víctimas de abuso sexual infantil, violencia intrafamiliar y violencia de género, como una forma de ayudar a sanar sanando.
Como abanderada de la causa, ha sido fundamental tener dos visiones sobre el tema, de una parte, la de abogada que me ha llevado a revisar, analizar y entender la legislación que rige la materia; ley 1257 de 2008, creada para la protección integral de las mujeres, ley 1761 de 2015 (Rosa Elvira Cely), cuyo objeto fue tipificar el feminicidio como un delito, ley 1146 de 2007, que señala la obligación del Sistema General en Salud, tanto público como privado, de prestar atención médica de urgencia e integral en salud, a niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual, y muchas otras, producto de fenómenos socio jurídicos, que no pocas veces tienen un impacto cortoplacista y para cuya aplicación hace falta un sinnúmero de recursos que son insuficientes frente a la demanda de atención.
De otra parte, se encuentra mi visión como víctima, para quien existe un abismo enorme entre la letra de la norma y la situación de quienes sufren la violencia en carne propia y acuden a las instituciones para lograr justicia, reparación y restablecimiento de derechos, sin lograrlo en muchos de los casos; la impunidad por violencia sexual en Colombia supera el 90 %, hecho que a todas luces desestimula la denuncia (Legis-Ámbito Jurídico).
En lo que a mí respecta, aunque tomé decisiones erradas que me llevaron a repetir historias de maltrato, como resultado de la atención integral recibida, llegó ese valioso momento en el que entendí, que cualquier acto de violencia en mi contra resulta absolutamente inaceptable, no se justifica de forma alguna y que el miedo no debe formar ni jamás hará parte de mi cotidianeidad.
Hoy disfruto mis momentos a solas, experimento una paz increíble, aquella que sobrepasa todo entendimiento, pinto, escribo, hago teatro, canto, bailo, comparto con mi mamá, familia, amigos, voy a ser abuela lo cual me conmueve de felicidad hasta las lágrimas, trabajo, estudio y aunque todo no es perfecto, me siento plena, feliz, miro al Cielo y agradezco.
Desde hace más de 20 años represento a las víctimas ante el Consejo Distrital de Atención a Víctimas de Violencia Intrafamiliar, Explotación, Abuso Sexual Infantil y soy Representante de Víctimas de la Asociación Afecto en contra del maltrato infantil. Construí desde las ruinas, saqué de mí el resentimiento y sufrimiento, los hice obra, poema, pintura, transformé la indignación en pasión y sobreviví a pesar de todo; de esa inspiración nacieron mis libros “La Violencia de Puertas para Adentro” y “Te cuento un Cuento Para Que No Comas Cuento”, escritos por quien utiliza el pasado sólo para enseñar o aprender y no para aferrarse a él.
*Abogada de la Universidad de los Andes, especialista en Servicios Públicos de la Universidad Externado de Colombia, Magister en Derecho Administrativo de la Universidad Militar Nueva Granada, con estudios en Derechos Humanos realizados en la Universidad de Burgos (España), coach integral y speaker certificada, pero por encima de todo eso, soy una mujer cuyo nombre se escribe con la misma V de Vencedora, MI NOMBRE ES VICTORIA.
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