Santa Marta: ¿Cuando se acabarán 500 años de abandono?
- Esperanza Niño Izquierdo
- 28 jul
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El paisaje samario, en estas épocas de celebraciones, se ha llenado de escenarios culturales y de visitas de ilustres personajes de las letras, la música y el folclore. Sin embargo, tal despliegue de entusiasmo, debido al onomástico de los 500 años de su fundación no se compadece con su cruda realidad.
Una realidad que hunde sus raíces en la historia de un vasto territorio marcado por la dicotomía entre su riqueza natural y la pobreza de su gente. Una ciudad anclada en una cultura de resignación, en una forma de hacer y de ver que ha naturalizado la postergación. Desde tiempos coloniales, Santa Marta fue olvidada por la Corona española, que prefirió consolidar en Cartagena un polo de desarrollo, dejando a la bahía samaria relegada, sin las estructuras que acompañaron a otras ciudades coloniales: resguardos, infraestructuras, fuertes defensivos contra enemigo externos ,instituciones educativas, poder político etc.
El carácter rebelde de los pueblos originarios no permitió que fueran sometidos como en otras regiones. Como consecuencia, fueron diezmados, desplazados a zonas agrestes y excluidos del modelo económico colonial. El fracaso de la encomienda llevó a Jerónimo Lebrón, desde 1538, a proponer la esclavización de los indios, incluyendo a los niños, como una salida desesperada para garantizar la mano de obra.
Pero tampoco los colonizadores lograron unidad entre ellos. Las luchas intestinas entre conquistadores y su marcada corrupción impidieron el establecimiento de una economía sólida. La imposibilidad de controlar y explotar de forma continua las tierras frenó cualquier tentativa de desarrollo. El contrabando se convirtió en la fuente de ingresos de los gobernadores y funcionarios quienes saqueaban los caudales, desviando los fondos reales hacia sus arcas privadas. Herencia perversa.
El abandono de Santa Marta fue registrado desde el siglo XVIII por el propio Narváez de la Rosa, quien se quejaba de la pobreza extrema, del contrabando rampante y del injusto descuido de la Corona. El traslado del puerto mercantil hacia Cartagena selló su marginalidad. Así, Santa Marta quedó empobrecida y despoblada.
A lo largo de cinco siglos, la ciudad ha arrastrado esa herencia: tierras fértiles que producen sin ayuda alguna, pero que han sido monopolizadas por un puñado de familias herederas de Cédulas Reales. Hasta hoy, algunos portan documentos como prueba de su dominio sobre el agua.
El abandono persiste. En materia de salubridad, Santa Marta ha vivido décadas sin una red de alcantarillado funcional tampoco de una provisión de agua potable digna. El contrato con Metroagua, firmado el 17 de noviembre de 1989, entregó a esta empresa mixta la operación del sistema de acueducto y alcantarillado sin obligarla a invertir ni a mejorar la infraestructura existente. Se firmaron otrosíes en 1996, 1997, 2000 y 2002, extendiendo la vigencia hasta el 17 de abril de 2017 y reduciendo progresivamente el porcentaje que la ciudad recibía por la operación: del 33% al 2%. Durante esos 28 años, Metroagua explotó el servicio sin hacer un solo esfuerzo por ampliar, mantener o mejorar las redes que colapsan cada temporada de lluvias.
¿Cuántos alcaldes y gobernadores pasaron por esta administración sin intervenir? ¿Las mismas familias de siempre, herederas de tierras y poder?
Hoy, las aguas servidas recorren impunemente Pozos Colorados, el centro histórico, El Rodadero, y por la propia Bahía, justo donde se celebran los actos conmemorativos de sus 500 años. Brotan de las alcantarillas, colapsan las redes y serpentean entre calles y playas con total impunidad, formando parte del paisaje habitual que la administración se empeña en ocultar tras fuegos artificiales y espectáculos de fachada. Esas aguas contaminadas atraviesan zonas residenciales, turísticas y comerciales, dejando un rastro de indignidad y olvido que ofende tanto a locales como a visitantes. Inundan calles y atraviesan parques en plena celebración. La postal turística de la ciudad se mezcla con el hedor de las cloacas a cielo abierto.
Y si el agua falta, la salud también. El abandono en este servicio esencial es proporcional al descuido de los servicios públicos. Cuando turistas o familiares llegan ilusionados a esta ciudad de "playa, brisa y mar", se enfrentan a una realidad alarmante cuando enfrentan una emergencia de salud, no existen centros de salud adecuados. Las pocas instituciones que medianamente prestan servicios, se presentan descuidadas, sin protocolos básicos de asepsia ni trato digno para con los pacientes y familiares.
Santa Marta, "perla del Caribe", no tiene red hospitalaria capaz de responder ni siquiera a una urgencia media. El enfermo debe ser trasladado a Barranquilla, una ciudad que hace tiempo asumió su responsabilidad y ofrece hoy atención de calidad. Así, cuando se requiere una urgencia en esta turística ciudad, es como volver al antiguo “paseo de la muerte” superado en otras capitales. La respuesta es la misma en todos estos centros Hospitalarios: No hay especialista, no hay sitio, no hay convenio con su prepagada, no hay, es lo habitual y general.
Se requiere con urgencia una inversión decidida, tanto pública como privada, para dotar a la ciudad de clínicas y centros de salud modernos, con personal capacitado y condiciones dignas para atender no solo a la población habitual, sino también a la flotante que llega temporada tras temporada. Imitar el modelo de Barranquilla, con su red hospitalaria de primer nivel, no debería ser una utopía, sino una meta inmediata y alcanzable.
¡Basta de celebraciones inocuas! Es hora de invertir en la ciudad, en dignidad, en servicios vitales. Una ciudad que no garantiza agua ni salud a su gente no necesita más fuegos artificiales: necesita justicia. Santa Marta merece mucho más que cinco siglos de abandono.
*Abogada, Magister en Administración pública, . Autora de la obra Mujeres rescatadas del olvido.(Ed SKEPSY,2023) colaboradora de la revista Columna 7, Santa Marta.