La Nueva Tendencia de los Parlamentos Modernos (2ª parte)
[5] El filibusterismo parlamentario. La técnica del obstruccionismo parlamentario al servicio de la retórica del odio.
El “Filibusterismo” es una de las expresiones del obstruccionismo político, que se apoya en discursos largos para bloquear la aprobación de una ley. Generalmente es empleado por sectores parlamentarios con el objeto de frustrar las posibilidades de reivindicar unos derechos, hasta anularlos. El objeto es debatir y seguir debatiendo un proyecto de ley hasta hacerlo naufragar o hundir, sin ningunas posibilidades de ser resucitado.
La historia del término se remonta a la época del siglo XVII, para describir a los piratas que asaltaban las islas del caribe con el objeto de saquear a sus ciudades portuarias. En la década de 1840, antes que existiera el termino filibusterismo, el Senador por Carolina del Sur, Jhon C. Calhoun utilizó esta técnica para defender la existencia de la esclavitud. Durante el siglo siguiente, los demócratas del sur utilizaron repetidamente el filibusterismo para impedir que los estadounidenses negros votaran y derrotaran los proyectos de ley contra el linchamiento.
En la época presente, es una técnica eficaz de los parlamentos modernos, en los que los parlamentarios no tienen un tiempo límite para intervenir, abusando del derecho a la palabra para exponer sus argumentos en contra de una determinada iniciativa legislativa.
En el lenguaje del derecho parlamentario, el fenómeno del “filibusterismo” es una táctica dilatoria, tendiente a resistir con discursos interminables la aprobación de una ley. La habilidad para emplear este recurso obstruccionista, se apoya en el derecho a la libertad de expresión que siempre saturada por la retórica del odio, apropiada por unas minorías opositoras, que pueden ser de derecha o de izquierda, como lo indicara Silvano Tossi [1] “ Con el fin de retrasar o impedir la traducción de la voluntad de la mayoría en las deliberaciones válidamente adoptada.”
Con el nombre del “filibustering”, se denomina la primera experiencia en el Senado norteamericano en 1841, llamado obstruccionismo técnico, para diferenciarlo del obstruccionismo físico, que emplea la violencia física de la minoría contra la mayoría para impedir el voto o anular el resultado.”.[2]
Esta última modalidad de “Filibusterismo”, es decir el físico, como lo indica Silvano Tossi, ya no se apoya en la palabra para detener la aprobación de un proyecto de ley, sino, la fuerza y la violencia de una minoría contra la mayoría parlamentaria a través del “tumulto o la levantada” alterando el orden público y el ejercicio de las funciones parlamentarias.
En la actualidad el “Filibusterismo” como técnica de obstruccionismo parlamentario, sigue teniendo gran relevancia en países de sistemas bicamerales y de regímenes bipartidistas, como ocurre en el Congreso norteamericano, donde el filibusterismo se convierte en la estratagema que ha beneficiado a ambos partidos a la hora de votar una ley. Como instrumento de obstruccionismo, ha permitido principalmente a la derecha norteamericana, a través del partido republicano, rechazar una larga lista de proyectos de leyes progresistas sobre el cambio climático, las subvenciones, la financiación de las campañas políticas, la regulación de Wall Street, el control de las armas, la inmigración, la igualdad salarial entre hombres y mujeres, el aumento de los impuestos a los ricos..[3]
De manera simultánea, a como los poderosos legisladores de la derecha de los Estados Unidos secuestraban el debate parlamentario oponiéndose a toda medida legislativa igualitaria, en Europa se producen graves violaciones de los derechos de los migrantes y refugiados a través de iniciativas legislativas que atentan contra la dignidad humana, -devolución colectiva, suspensión del derecho al asilo, detenciones arbitrarias y trato discriminatorio- que se opone a rajatabla al artículo 13.2 de la Declaración Universal de Derechos Humanos que indica que todos los individuos “ Tienen derecho de dejar cualquier país, incluido el propio, y de regresar a su propio país.” Es el “Ius migrandi”, como un derecho humano universal.
Esta situación fue duramente denunciada por el jurista italiano Luigi Ferrajoli, quien sostuvo: “Que al tiempo que la globalización ha hecho materialmente posible y económicamente necesaria la emigración, esta ha sido jurídicamente prohibida en nuestros países, incluso cuando ello contradice nuestras constituciones.[4]
En este afán de cerrar fronteras, para impedir la inmigración, intervienen los principales parlamentos de Europa, que investidos del poder legislativo, han expedido leyes que hacen dramática la suerte de los inmigrados en toda la Unión Europea, al convertirlos en sujetos pasivos de una especie de “derecho penal del enemigo”, como ha ocurrido con leyes de contenido racistas, como la italiana Ley Bossi-Fini del régimen del cavaliere Silvio Berlusconi, que sustrajo de todo derecho a la persona inmigrante al ser equiparada como potencial peligro para la seguridad pública en una suerte de “apartheid” interno, so pretexto de frenar el acelerado flujo de inmigrantes. Es la ideología antiliberal y discriminatoria, que impúdicamente refleja “el talante xenofóbico y racista del electorado de derechas”, como agrega el jurista italiano. En otros términos, es la descripción exacta de un sadismo legislativo que se impone en nombre de la identidad europea, inspirada por los principales exponentes del Partido Liga Norte, que la enarbolan como uno de sus estandartes políticos.
Por fortuna, la Corte Constitucional italiana, haciendo justicia,[5] con base a una interpretación en apego al principio de la igualdad ante la ley, califico esta legislación de racista y contraria a la constitución italiana.
El pensamiento identitario. El nuevo extremismo en nombre de los valores de la democracia, del imperio de la ley y los derechos humanos.
Los delirios de la derecha europea de promover, fomentar y defender la “identidad cultural” ha llegado a unos límites intolerables que se confunde con la ideología fascista. En nombre de la democracia, el nuevo lenguaje de los partidos de la derecha supera lo permitido por una democracia constitucional.
Son los movimientos ultranacionalistas y disgregadores, quienes, en el afán de buscar una identidad europea, se oponen sin reticencia a todas las políticas de inmigración, que no esconden sus tendencias racistas. Con esas manifestaciones, el espíritu europeo para estas tendencias aparece sin la más mínima duda, como expresiones de un supremacismo cultural que justifica, por tanto, el cierre de las fronteras de la Unión Europea.
Este identitarismo europeo, como también se le conoce, se encuentra basado en el más recalcitrante nacionalismo étnico, que explícitamente manifiesta sus ideas de xenofobia a través de un lenguaje que riñe y contradicen con los mismos valores de la democracia y los derechos humanos. En clara oposición al multiculturalismo, se enfrentan a evitar cualquier mezcla cultural que supuestamente pretenda “islamizar” a occidente. Es el rechazo al diferente.
En los últimos años los partidos y políticos identitarios, apelando al miedo, agitan el debate y arrecian la confrontación con un pensamiento político que se pretende imponer como hegemónico y estandarizado.
Para tal efecto, utilizan el discurso chovinista y populista para obtener unos réditos electorales de una ciudadanía que cada día se encuentra más abierta a escuchar propuestas anti inmigratorias, como un bálsamo protector frente a las amenazas de ser desplazada en sus derechos por extraños, llegados de lejanas fronteras. Son agrupaciones cínicas que esconden una doble moral. Por un lado, hablan de respeto a la igualdad y la libertad y por otro defienden la opresión contra el diferente.
Sería injusto culpar exclusivamente a la derecha europea de estos brotes xenofóbicos y raciales, minimizando el papel de las izquierdas que han sido conniventes, al abandonar su histórica defensa al estado bienestar y los derechos humanos, para plegarse, sin casi reticencias a este esperpento ideológico excluyente que agita los miedos identitarios.
No existe una mejor autoridad intelectual, que comprenda y explique sintácticamente la realidad que vive la izquierda política en Europa, como la persona del francés Francis Juillien [6] quien describe a rajatabla el debate identitario que sacude a Europa, cuando sostiene:
“La izquierda se ha vuelto cínica. Habla de igualdad y por debajo hace todo lo contrario. Ha tenido tantos casos de corrupción como la derecha y pagará caro su inmoralidad política cubierta de igualdad ficticia”.
En esa misma orientación coincide Mario Barcellona, [7]que de manera descarnada y tozuda hace valientes denuncias sobre la crisis de la izquierda:
“El lenguaje de la izquierda fue colonizado por la semántica del mercado, de la competición, de la productividad, de la competencia internacional y del crecimiento. Al punto de convertirse esencialmente, al empezar a decir lo mismo que los demás, en afásica, en incapaz de expresarse con un lenguaje propio. Esa izquierda, ya en los últimos veinte años del siglo pasado, terminó por rendirse a los poderes del mercado y experimentó una mutación profunda. En vez de salvaguardar lo esencial de sus viejos valores, los extravió”
Con esta crisis de identidad ideológica y de profundas confusiones morales, la izquierda viro hacia el pensamiento único del consumismo, hasta terminar por completo desarmada de su retórica redistributiva, que antaño fue su principal bandera de lucha política. Al caer en el precipicio de su desideologización, la izquierda política cavo su propia tumba y esculpió la lúgubre lapida de su fin histórico.
[1](Derecho Parlamentario. Pag 1939, Editado por el Comité del Instituto de Investigaciones Legislativas. Camara de Diputados de Mexico.)
[2] Ibid
[3] David Leonhadrt. The New York Time. 27 de Enero de 2021.
[4] Luigi Ferrajoli. Razones jurídicas del pacifismo, Pag 127. Editorial Trotta.
[5] STC 236/2007 de 7 de Noviembre
[6] Francis Juillien, 18 El Pais, 20 octubre de 2017
[7] Entre pueblo e imperio. Estado agonizante e izquierda en ruinas. Editorial Trotta. Pág. 138,139
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