El error capital de cerrar las rutas de la seda
En mayo pasado Estados Unidos impuso altos aranceles a los productos importados de China, en especial a los automóviles eléctricos. En junio, la Unión Europea imitó esta actitud, con el argumento de que la “sobreproducción” de productos chinos inundan el mercado internacional en perjuicio de la producción norteamericana y la de Europa.
Así pues, de un plumazo se puso en entredicho la globalización comercial y se comenzó la era del proteccionismo a ultranza en los países occidentales. Nada más antihistórico y en contravía de la libre competencia. El comercio internacional ha sido, desde el inicio de las civilizaciones, motor de desarrollo y crecimiento de los pueblos.
El intercambio de productos ha permitido complementar el consumo, ha fomentado el conocimiento y la formación de ideas y costumbres nuevas en las comunidades. Las invenciones, culturas y creencias se han trasladado de región a lo largo y ancho del mundo, amalgamando el saber, el hacer y la fe de los pueblos desde hace más de 5 mil años.
El “apetito” global por los productos chinos dieron lugar a la conformación de lo que el geólogo alemán Ferdinand Richthofen* denominó “La Ruta de la seda”. Se trata de una serie de caminos o rutas comerciales por los cuales se trasladaban las mercancías de India y China al Asia central y finalmente a Europa y viceversa.
Este “comercio mundial” se inició entre los siglos II a.C. y III a.C. impulsado por hechos coincidentes. En primer lugar, las conquistas de Alejandro de Macedonia a los territorios de Asia central, que llegaron hasta orillas del rio Indo llevando consigo la civilización Helénica, y, en segundo lugar, la expansión de los pueblos “chinos” hacia el occidente, buscando el comercio de caballos del lado de la cordillera del Panir. Fue el encuentro de dos civilizaciones milenarias con modos de vida, creencias y costumbres diferentes.
El emperador romano Octavio conquistó Egipto en el año 31 a.C., después de la muerte de la reina Cleopatra VII, y las fabulosas cosechas provenientes de las riberas del rio Nilo provocaron una época de abundancia y precios bajos de los alimentos en toda Roma, lo cual motivó que el senado elevara al Emperador al título de “Augusto” y se iniciara una expansión conquistadora buscando regiones al oriente en lo que fue la época de mayor apogeo y esplendor del Imperio.
El comercio que trasegaba por la abierta “Ruta de la seda” se incrementó y las ciudades de las provincias romanas crecían y se desarrollaban con los productos y conocimientos de oriente. Las familias ricas romanas empezaron a vestir de seda, a degustar especias desconocidas y a manejar materiales útiles para su diario vivir.
Bizancio se convirtió en el nodo principal del intercambio comercial, a tal punto que varios siglos después, cuando el Imperio Romano empezó a decaer por la invasión de pueblos del norte y por su incapacidad para defender su extensión territorial, el emperador Constantino I decidió, en el año 330 d.C., trasladar allí la capital del imperio, renombrándola Constantinopla. El comercio mundial creció e impulsó otro gran imperio: el Bizantino.
Así pues, el apetito occidental por los productos orientales alimentó el crecimiento de las regiones involucradas en las rutas de las caravanas de animales de carga y hombres arriesgados y valientes que negociaban en tierras lejanas con mercancías desconocidas como: laca china, maderas, especias, té, porcelana, pólvora, brújulas, papel, piedras preciosas y seda, entre otros, a cambio de granos, vidrio, oro y plata y otros productos provenientes de occidente.
Esa milenaria Ruta de la Seda se vio interrumpida abruptamente por otro giro de la historia. En el siglo XV otro grupo étnico, venido de las estepas del norte, se había asentado en lo que hoy es Turquía y bajo el mando de Osmán I alrededor del año 1.300. Allí inició su poderío dominando toda la península de Anatolia, eran los Turcos Otomanos.
En el año de 1.453 el joven e impetuoso Mehmet II, utilizando los recién inventados cañones de pólvora, (que había sido un invento chino) logró derribar las murallas de Constantinopla, conquistando así el Imperio Bizantino. Mehmet II renombró a la ciudad como “Estambul” e impulsado por su odio y desprecio por los pueblos europeos, hizo lo impensable: cortó por completo el intercambio comercial entre oriente y occidente, dando muerte a la Ruta de la Seda.
La sequía de productos orientales produjo gran malestar en Europa y los monarcas del momento iniciaron con desesperación la búsqueda de otras rutas alternativas para reactivar el comercio y volver a negociar con sus “proveedores de ojos pequeños”. La solución que encontraron los reinados de Portugal y España, que poseían poderosas flotas navales, fue buscar una ruta marítima que los conectara con las costas de la India y de China, e iniciaron sus valientes excursiones por el mar Atlántico.
Oh sorpresa, el genovés Cristóbal Colón, divisó tierra, en 1492, en su primer viaje, y pensó que había llegado a su destino oriental, sin saber que existía las Américas, que se interponía en su ruta. Entre 1.497 y 1.498 el portugués Vasco Da Gama navegó hacia el sur y llegó al final del continente africano, descubriendo otra forma de llegar a la India y recuperar la ruta de comercio perdida.
Ya en el siglo XIX, el Imperio Británico con su poderío naval forzó a China a abrir sus fronteras a los comerciantes occidentales y a permitir que empresas foráneas de Francia, Rusia, Japón y Portugal se asentaran en su territorio, apoderándose de las ganancias del comercio internacional y sumiendo a China en la pobreza y el descontento general.
Esta época se denominó “el siglo de la vergüenza China” y produjo levantamientos y guerras internas muy cruentas que desembocaron en la guerra civil entre el bando comunista comandado por Mao Zedong y el bando nacionalista de Chian Kai-shek. Este conflicto terminó con la victoria de Mao y el establecimiento del sistema comunista en China en 1.949, con la huida de Chian y sus seguidores hacia la isla de Taiwan.
Después de casi cuarenta años de vaivenes políticos y económicos del régimen comunista de China, en 1.978 encontró de nuevo su rumbo, abriéndose a lo que Deng Xiaoping denominó el “comunismo de mercado”, que es una mezcla muy propia de libertad económica y control central. Se abrió la entrada de la inversión extranjera productiva, se permitió la propiedad privada, la libertad de precios y se eliminó la colectivización de la tierra en el campo.
Pero, además, se mantuvo el control gubernamental de sectores clave como el sistema financiero, el petrolero y otros. Como resultado de estos cambios, China inició una senda de crecimiento económico y mejoramiento social que le permitió sacar de la pobreza absoluta a más de 800 millones de personas, llevarla al segundo puesto entre los países desarrollados, a ser el mayor exportador y tener las reservas de divisas internacionales más grandes del mundo.
Esto también fue posible gracias a que su numerosa población de alrededor de 1.400 millones de personas la convirtió en la “fábrica del mundo”, ya que muchísimas empresas extranjeras contrataron la mano de obra china para maquilar productos que luego se reexportaban a otros países. En el mundo entero se encuentran productos con la etiqueta “Made in China”. Al principio con una manufactura y acabados poco cuidados y poco a poco presentando mejor calidad.
China entendió que para tener una base productiva poderosa era necesario tener tecnología avanzada y por lo tanto emprendió un programa intenso de preparación de profesionales en universidades de prestigio de todo el mundo, y a su vez incrementó exponencialmente su inversión en tecnología e investigación aplicada. En 2013, el presidente Xi Jinping, dio a conocer al mundo su proyecto “Belt and Road Iniciative”, que no es otra cosa que una nueva versión de la perdida Ruta de la Seda comercial.
Se trata de una gran inversión en infraestructura, terrestre y marítima, en China y en los países ubicados en los puntos clave del comercio internacional. Puertos, carreteras, ferrocarriles, oleoductos, cables de fibra óptica, son financiados para su construcción o ampliación, con el fin de favorecer los flujos comerciales de sus productos.
Xi Jinping anunció en 2020 su política de la “doble circulación” para no depender de la manufactura para empresas extranjeras, sino reforzar la producción en masa de bienes y servicios de alta tecnología y excelente calidad, incluida maquinaria robotizada, semiconductores y otros componentes necesarios para la economía del siglo XXI. Además, basó el crecimiento de la clase media con poder adquisitivo, estimulando el consumo interno sin descuidar sus exportaciones.
Hoy China representa un 30% del PIB mundial con crecimientos anuales superiores al de países occidentales. Su inversión en investigación y tecnología se evidencia al analizar que de los 3,4 millones de solicitudes mundiales de patentes en 2023, cerca del 50% fueron chinas y que acumula casi 5 millones de patentes activas de invenciones válidas. Shanghái es la ciudad más moderna del mundo con casi 30 millones de habitantes y su edificio Shanghái Tower tiene 632 metros de altura.
No hay duda de que la manufactura, la inventiva y las rutas comerciales, hacen que los productos “Made in China” despierten un gran interés y atracción en todo el mundo y sustenten el gran crecimiento de ese país a través de la historia. ¿Veremos a Estados Unidos y a Europa repetir el error capital de cerrar las rutas de la seda?
*Tío del piloto de la primera guerra “El Barón Rojo”
Gracias por el recorrido histórico de China mediante este artículo, que recuerda la trayectoria cultural en todas sus dimensiones, en el comercio, en la producción colectiva, la disciplina y especialmente el valor de su sabiduria transmitida por generaciones que les ha permitido llegar al poderío qué hoy muestran al mundo. Gracias.