Fals Borda y las mujeres populares.
- Edgar Rey Sinning
- 20 jun
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 1 jul
Juana Julia Guzmán, Felicita Campos y María Barilla,
mujeres protagonistas en la historia doble de la costa

La historiadora zaragozana Amparo Murillo, en una comunicación personal en 2006, expresó sobre Fals “Habla de mujeres populares tan hermosas como María Barilla… habla de mujeres populares, no tienen que ser las mujeres esposas de los gobernantes, como de la élite, habla de mujeres populares tan hermosas como María Barilla, que se han construido ya como en elemento, icono de la cultura del río Sinú, de las expresiones folclóricas de las sabanas de Córdoba”. Así como la lavandera María Barilla es un ejemplo de ello, también lo es su mención a la clasificadora de hoja de tabaco Juana Julia Guzmán; a la líder campesina Felicita Campos, a Juana Conde, campesina de El Bongo-Basura (Sucre). Pero Fals Borda también tuvo contacto permanente con mujeres bailadoras de gaita, porro, fandango, cumbia, tambora y chandé. Más de una vez terminó en una rueda de tambora en San Martín de Loba, durante el Festival Nacional de la Tambora. Era consciente de la fuerza telúrica de las mujeres populares, como Agripina Echeverri (Alto del Rosario) o Venancia Barrionuevo Cárdenas (Atillo de Loba), como lideresas de los grupos de tambora y de las luchas de los pescadores del Brazo de Loba. Pero Fals Borda reconoció públicamente que las mujeres caribeñas/ribereñas, como sus abuelas Cristina Machado, chimila nativa de Pijiño del Carmen (Magdalena), y Cándida Álvarez, de San Fernando de Oriente (Bolívar); su madre, María Borda Angulo, de Chivolo (Magdalena); su esposa, María Cristina Salazar Camacho, bogotana y tantas otras jugaron, un papel importante en su vida personal y como científico social.
En su trasegar por el Caribe continental, sobre todo en pueblos grandes y pequeños, siempre mostró una admiración por esas mujeres que mantienen el hogar, atienden a los oficios de la casa (cocinar, planchar, lavar, barrer) y trabajos para contribuir a sostener a la familia, la sabia combinación de las labores domésticas con el trabajo productivo/remunerado, pescando, ganándose el día en otras labores como planchar o lavar ropa ajena. Mujeres que en las noches de fandango, cumbia, tambora o gaita aparecían con sus arreboles, mujeres portadoras de la fiesta, la alegría, el sabor y la melodía, la cadencia y, en fin, mujeres como emblemas de la fiesta. Esta relación la hacemos pensando que, en la región Caribe, en general, la fiesta en su conjunto tiene como estandarte a la mujer.
Justamente, Orlando Fals Borda, defendiéndose de los cuestionamientos de algunos cordobeses por el protagonismo que le dio a María Barilla en el tomo cuatro afirmó: “El doctor Méndez cuando era alcalde, si mal no recuerdo, le exigió bailar con él y ella le contestó: ¡Bailo con usted, pero si toda la gente baila conmigo”! (Fals, 1987, p. 19). Sin duda, a muchas personas de la élite les mortifica que las gentes populares aparezcan como protagonistas de su propia historia, quieren solo héroes de las élites, casi siempre blancos, por eso se cuentan a sí mismos la historia de los vencedores y no de la de los vencidos. Los sectores subalternos han tenido participación activa en la dinámica de la historia y la cultura de la humanidad. Sabemos mucho de Simón Bolívar, pero desconocemos de los que lo acompañaban e iban a pie, descalzos, hambrientos.
Después de María Barilla, portada del tomo cuatro de la Historia doble de la costa y protagonista de un porro que es, sin discusión, el himno popular de Córdoba, que popularizó a esta mujer lavandera y planchadora, encontramos a Juana Julia Guzmán, la única de las tres mujeres escogidas como protagonistas de este trabajo que en vida compartió con los investigadores de la Fundación del Caribe. Ella murió (1975), justamente, en momentos en que se recogía información en los talleres de IAP en Montería y Córdoba. Fue una mujer humilde de origen campesino que se desempeñó en los oficios domésticos como “muchacha de servicio” o simplemente sirvienta, pero también fue cantinera y ventera en un barrio popular de Montería: el Chuchurubí.
Nació en Corozal (hoy Sucre) y aseguraba que era analfabeta, pero también reconocía que había aprendido a leer en casa de su padrino Cristóbal Badel, en Corozal. Al trasladarse al Sinú, la llamada por una tía (tradición caribe) residente en Montería, no tuvo reparos en desempeñar esos nuevos oficios para ella. Pero Montería fue más que un lugar para esos trabajos menores. Juana Julia se enteró en esa ciudad de las actividades socialistas que en busca de un mundo mejor realizaba en sectores subalternos, obreros cordobeses y monterianos el italiano Vicente Adamo. De esa amistad y militancia política surgió en 1918 la Sociedad de Obreros y Artesanos” y, al año siguiente, la “Sociedad Obreras Redención de la Mujer”, que la eligió su única presidenta a los 27 años (Fals Borda 1986, 142B). A esta organización llegó más tarde María Barilla. La socióloga Matilde Eljach, que formó parte del grupo de estudiantes de sociología de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, afirma que “en Juana Julia Guzmán encarnan las historias de los hombres y las mujeres de América Latina” (Eljach, 2013, p. 8).
Otros integrantes de ese contingente de hombres y mujeres también opinan que gracias a la voz de Juana Julia Guzmán se pudo reconstruir la otra parte de la historia de Córdoba. No la historia oficial escrita por los terratenientes y hacendados cordobeses, sino la lucha de los sin tierra, la de los campesinos y obreros de la primera mitad del siglo XX. Con sus narraciones se salvaron para la historia hechos sociales y políticos de esa lucha ancestral de los campesinos e indígenas por la tierra. Gracias a la lucidez de esa mujer que realizó trabajos destinados para los humildes, los desterrados, los pobres, el sociólogo y todo el equipo de trabajo que lo acompañó se enteró de esas situaciones y así el país y el mundo conoció las luchas de mujeres lideresas, que con el tiempo se convirtieron en protagonistas de la colección Historia doble de la costa.
Ese par de mujeres nacidas en lugares diferentes del viejo departamento de Bolívar, coincidieron en Montería y Córdoba. En el caso de Juana Julia Guzmán se ajusta a aquel verso que dice “porque no importa dónde se nace, ni donde se muere, sino donde se lucha” (Café y petróleo, Ana y Jaime).
Ahora abordemos a la tercera mujer que consideramos protagonista en la obra de Fals Borda, Felicita Campos. Una enigmática campesina con la que compartieron los integrantes del grupo de estudio sobre las luchas campesinas y obreras de Sucre. Nació en San Onofre (Sucre). Con escasa formación académica, tal vez analfabeta, su figura como luchadora apareció cuando se discutía el nombre del grupo de estudio que se organizó para recuperar la historia de la lucha de los campesinos sucreños. Alguno de ellos comunicó que había sido una mujer luchadora en los años 30 y 40 del siglo XX y que coincidió en la misma época con Juana Julia Guzmán y con María Barilla, pero seguramente no se conocieron.
Según lo recogido por el sociólogo Néstor Herrera Pacheco, Felicita Campos encarnó la lucha campesina de los sanonofrinos y sus alrededores, lo que la convirtió en una lideresa natural. Todos la recordaban como la persona que se atrevió a desafiar el poder de los terratenientes y latifundistas en esa área del antiguo departamento de Bolívar. Hoy el municipio de San Onofre y toda la zona le pertenece a Sucre, la última entidad territorial departamental organizada en ese territorio.
Felicita Campos, con su actitud y liderazgo, enfrentó a los terratenientes que maltrataban a muchos campesinos, a quienes despojaban de sus tierras corriendo la cerca, colocándole alambre de púa, comprando autoridades civiles, policiales y judiciales. Según se denunció, ella misma fue víctima de atropellos y despojo. Felicita Campos, al no encontrar respaldo en la institucionalidad, como consecuencia del contubernio entre los ricos hacendados y terratenientes de Bolívar (en ese momento) con las autoridades, se preparó para un viaje a tierras desconocidas, pero que, se sabía, gobernaba la nación. Emprendió un viaje hacia la capital, fue así como llegó a Cartagena, de ahí en barco llegó a Honda, luego subió a los andes, hasta Bogotá.
Cuando regresó triunfante de Bogotá a San Onofre y la zona, el revuelo fue grande. La noticia corrió “como pólvora”. Los sanonofrinos, como buenos caribes, son comunicativos y “todo el mundo” se enteró. Esa acción, en solitario, tal vez, fue el mejor ejemplo para que sus coterráneos lucharan por sus derechos a la tierra. Esa historia inspiró al Grupo de Estudios de Sucre, no solo a ponerle su nombre al colectivo, sino a pensar que la historia por la lucha por la tierra tenía sentido y, por lo tanto, era válido iniciar a contarla.
Pueden ser románticas estas versiones de mujeres populares, que con escasa preparación académica asumieron, en su momento histórico, luchas obreras y campesinas del lado de los subalternos, como afirmaría Antonio Gramsci y que Fals Borda cita varias veces. Esas tres mujeres, cada una en su lugar y en las condiciones sociales del momento, incidieron positivamente en la recuperación de la historia de la sociedad bolivarense de la mitad del siglo XX, hoy departamentos de Córdoba y Sucre.
De esas tres mujeres, Orlando Fals Borda solo conoció a una: Juana Julia Guzmán. La historia de vida de las otras dos fue el resultado de un proceso de recuperación colectiva de la memoria oral de hombres y mujeres que compartieron con María Barilla y Felicita Campos. Estas últimas murieron en la década del 40 del siglo XX, pero cada una aportó a la recuperación de la historia social, política, cultural y económica de esa basta subregión del antiguo departamento de Bolívar. Reafirmamos que son protagonistas de una historia reconstruida a través de muchas voces. Al punto que el segundo himno de Córdoba es el porro María Barilla, aunque muchos consideran que debería ser el oficial.
*Sociólogo e historiador/Docente/investigador Universidad Simón Bolívar.
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