Si hay algo que a primera vista nos parece seguro y evidente es la existencia de la materia como lo verdaderamente real ya que es esto lo que conforma nuestra experiencia sensible; existe lo que podemos ver, tocar o experimentar de varias maneras que incluyen también formas sutiles pero accesibles a nuestros sentidos. Por ello Descartes, llamado el padre de la filosofía moderna, pensaba que lo extenso es parte sustancial de todo lo que existe junto con el pensamiento, una filosofía dualista que fue decisiva en la cultura moderna, ya que dicha concepción de la materia como sustancia primordial impregnó toda la filosofía y la ciencia de los siglos XVII, XVIII y XIX.
Durante tal época surgió y se impuso la filosofía materialista, que más allá del dualismo cartesiano, plantea que el mundo físico es todo lo que hay; cualquier cosa que no pueda ser medida, examinada y comprobada por nuestros sentidos y sus extensiones tecnológicas, simplemente es irreal. La mente, por supuesto, y lo que llaman “el alma” no son más que una función del cerebro material, un “epifenómeno” siendo tal entidad una creencia fantasiosa, como todo lo que postula espíritus o entidades suprafísicas, incluido el Dios antropomorfo. El barón de Holbach gran abanderado del materialismo del siglo XVIII lo expresó así:” Nuestros teólogos…entretienen a sus espectadores, sólo con espíritus, inteligencias, sustancias incorpóreas, potencias invisibles, ángeles, demonios, virtudes misteriosas, efectos sobrenaturales, iluminaciones divinas, ideas innatas, etc. De creerles, nuestros sentidos son completamente inútiles, la experiencia no es buena para nada…”
Colapso de la materia
Con intuición genial, antiguos filósofos griegos como Leucipo y Demócrito anticiparon la existencia del átomo, parte mínima de materia, indivisible e imperecedera que en sus diversas combinaciones forma todos los cuerpos, incluso el alma, idea que a Aristóteles le repugnaba. Esta doctrina fue aceptada por algunos, pero fue rechazada por la mayoría de los físicos de fines del siglo XIX que la consideraban como simple especulación metafísica. El gran Berthelot, uno de los más notables científicos franceses de la época se empeñó en una lucha sin tregua contra el atomismo, logrando incluso que el gobierno prohibiera su enseñanza.
Pero a principios del siglo XX las cosas cambiaron dramáticamente. Gracias al descubrimiento del electrón y a los experimentos de Rutherford, se estableció algo tan imprevisto como extraordinario: ¡la materia es principalmente espacio vacío ¡ ya que la carga central positiva en el núcleo ocupa un volumen de una billonésima parte del volumen del átomo. La solidez de la materia, por tanto, no es más que una apariencia, lo que habría hecho crispar los nervios a Aristóteles.
Rutherford fue un genial experimentador que decía obtener mejores resultados cuando maldecía y renegaba. Y estos trabajos los llevaron no solo a demostrar la estructura del átomo, sino también a un logro fantástico: alcanzar la meta de los antiguos alquimistas de trasmutar la materia pues al separar un protón del núcleo del nitrógeno este se transforma en un isótopo del oxígeno.
El viejo concepto de sustancia, ante tales hallazgos, colapsó. De hecho, hay brevísimos momentos en que el hidrógeno, por ejemplo, deja de ser hidrógeno.
Es más. Paradójicamente la ciencia de la materia, la física, la vanguardia de toda la ciencia, formula concepciones no materiales de lo que se considera como real. Se demostró, en efecto, que los electrones, protones y neutrones se comportan también como ondas inmateriales de acuerdo con el dualismo onda-partícula, concepción que es la base del principio de complementariedad formulado por Bohr y Heisenberg. En forma enigmática y contradictoria la realidad física, unas veces aparece como partícula y otras como onda insustancial, conceptos mutuamente excluyentes pero complementarios. Hay que decir que Bohr, hizo notables y fundamentales contribuciones a la nueva física, pero su más grande aporte fue aceptar que los principios de la física cuántica son irracionales desde el punto de vista de la mecánica clásica y el sentido común. Por ello decía que una nueva idea, para ser aceptada por la nueva física “debe ser suficientemente extraña”.
Más precisamente: los físicos al hablar de “ondas” se apartan del sentido común que postula que debe haber algo que ondula, la cuerda de una guitarra, el agua o el aire el movimiento. Pero la noción de onda de materia excluye por definición todo medio con atributos materiales como conductor o sustrato de la onda. O sea que debemos imaginar la vibración de la cuerda, pero sin la cuerda, la sonrisa del gato de Cheshire, pero sin el gato según un pasaje de Alicia en el país de las maravillas, la famosa obra de Lewis Carrol.
A nivel atómico lo que es real adquiere otro significado de acuerdo con un formulismo matemático cada vez más abstracto que parece revivir el antiguo pitagorismo cuyos adeptos exclamaban con unción mística: Oh número, belleza del universo, tú eres el Padre de todos los dioses. Por ello Heisenberg decía con insistencia que “los átomos no son cosas”. Así, el concepto de materia se ha vuelto verdaderamente surrealista en un mundo fantasmagórico de partículas que aparecen y desaparecen en fracciones de segundo. Schrödinger, otro de los gigantes de la nueva física no vacila en decir que “el átomo moderno no consiste en materia alguna, sino que es forma pura” Por su parte, G. Bachelard, importante filósofo de la ciencia expresa esta misma idea con una metáfora atrevida:” la substancia es la sombra de un número”. Y no olvidemos lo que B. Russell, tan alérgico a toda especulación metafísica dice al hablar de la materia: “El hombre corriente piensa que la materia es sólida, pero el físico piensa que es una onda de probabilidad ondulando en la nada. Para decirlo brevemente, la materia en un lugar determinado se define como la probabilidad de ver un fantasma. No había mejor forma para el pensador británico de expresar su perplejidad.
De acuerdo con la interpretación de Copenhague, comúnmente aceptada, las partículas pueden estar en diferentes estados al mismo tiempo, en lugares diferentes a velocidades y spin distintos, sin dejar de ser las mismas y sólo al ser observadas se obtiene un resultado preciso. Es decir, sólo mediante la observación puede conocerse el estado de una partícula, o sea que cuando no son observadas las partículas existen en un estado ultramundano insólito a medio camino entre posibilidad y realidad, entre existencia y no existencia. Por ello John Archibald Wheeler. gran gurú de la física americana hizo esta sorprendente declaración:” nada existe hasta que es observado”, afirmación que recuerda a George Berkeley, el más radical de los pensadores idealistas para quien “ser es ser percibido”.
Concepto de realidad
Lo que llamamos “realidad “, de acuerdo con la física cuántica, debe interpretarse no como sustancias, sino más bien como procesos como “potencialidad operante, divisible, inmaterial, viviente y en constante transformación” según el destacado físico alemán Hans Peter Dür, gran amigo de Heisenberg con quien mantuvo “un diálogo amoroso” durante muchos años. Es el mismo quien concluye: “el fundamento de nuestra realidad no es la materia, sino algo espiritual que no es comprensible en absoluto”.
Y es en este punto en el que nos encontramos con una inesperada convergencia con el pensamiento tradicional de las escuelas arcaicas y esotéricas de todos los tiempos, las cuales postulan la naturaleza no material de la realidad última:” No hay ni una partícula que sea únicamente material; no puede el Espíritu manifestarse sin la materia por vehículo” son las palabras de Annie Besant, gran Maestra contemporánea. Estas mismas ideas expone el Maestro teosófico conocido como Koot Humi “La materia es una cristalización del espíritu y el espíritu es una sublimación de la materia. Toda manifestación, nosotros incluidos, está formada por una mezcla de espíritu y materia y el grado de espiritualidad está definido por la proporción de esa mezcla “Y según la filosofía vedanta, todo el Universo visible no es más que una gran ilusión (maha maya), puesto que tiene principio y fin y está sujeto a incesantes cambios. Solo aquello que es inmutable y eterno merece el nombre de realidad última.
Las modernas concepciones de la física, constituyen – qué duda cabe- la más radical revolución del pensamiento humano que permite superar el ingenuo realismo para internarse en un campo oculto y misterioso, en el cual lo obvio, el sentido común, la experiencia ordinaria son trascendidos. Podemos de esta manera acceder a otras dimensiones de la realidad que entonces presenta su carácter multiforme, infinitamente complejo, paradójico y proteico.
Gonzalo Echeverri Uruburu.
*Abogado. Ex-magistrado del Consejo Nacional Electoral. Autor del Libro Nostradamus y la guerra islam-occidente (Villega Editores 2004)
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