Esta es una historia de tenacidad y constancia de un personaje que, con trabajo y visión, ha logrado que sus sueños sean ejemplo de vida.
César Augusto Sánchez Roa es, como muchos colombianos, un emprendedor nato, graduado en la universidad de la vida. Sus diplomados y especializaciones son títulos de golpes y dificultades honoris causa en diversas materias, con distinta duración y amplio conocimiento. Se ha caído y se ha levantado una, dos, tres, y perdió la cuenta cuántas veces más, pero siempre ha tenido fuerza y actitud para levantarse y seguir adelante.
Hoy, después de tanto trasegar, se pasea satisfecho de lado a lado en su fábrica, y con la frente en alto dice estar orgulloso del mote “el señor de las lechonas”, que es como lo identifican en Santa Marta. Ahora, dice, mucho de lo que ha logrado “es resultado de querer hacer, pero, sobre todo de saber hacer” y resalta con humildad y franqueza que “lo hecho se lo debo a mi esposa y a los 68 años bien vividos, tras vencer un cáncer de colon y de tener claro que a la vida se viene a servir sin importar día, hora o clima”.
Llegó a Santa Marta en 1976 para vivir un amor, después de casarse joven y a escondidas, pero el matrimonio no prosperó y quedaron tres hijos maravillosos. Por esa época vivió de las artesanías que fabricaba para los turistas nacionales y extranjeros en ferias permanentes que permitían marcar sus obras con el “Made hands in Santa Marta”, pero un día resolvió volver a Bogotá.
El frío de la sabana y el calor caribe lo hicieron retornar cinco años después y, desde entonces, hace 15 años, con otra esposa y dos hijos más, vive de llevar sus delicias al paladar de sus clientes: lechona, tamales, hayacas, chorizos, patacones fritos para desayuno, almuerzos o cenas para empresas o a nivel familiar, son su marca personal en esta época de globalización y comida de afán. Su fórmula ganadora: poner en el menú de los samarios bocados que no estaban en la vida diaria.
Ese fue el consejo sabio que le dio la abuela en Bogotá, sobre qué hacer en la tierra del realismo mágico, donde las oportunidades son escasas y su libreta de contactos sólo tenía páginas en blanco. Así que, con las ganas de vencer y de servir, de trabajar y de salir adelante, vendía a la salida y a la entrada de supermercados, de los bancos, de las canchas deportivas, en distintos días de la semana, y poco a poco empezó a comprometer pedidos para familias y empresas grandes o pequeñas que querían sus delicias en días especiales.
No tiene restaurante, sino un espacio cómodo y bien dotado para garantizar inocuidad y buenas prácticas porque sus clientes, además de la gente que llega y llama, son empresas como Ecopetrol, Fenoco, Aluminium, Postobón, Coca Cola, Los Trupillos, Constructora Jiménez, Constructora Vives; la lista es larga, porque a todos se les sirve con el mismo esmero y atención desde cuando se levanta a las cuatro de la mañana hasta cuando se retira a descansar sobre las ocho de la noche, para volver a comenzar al otro día.
Hoy no sabe cuántos platos ha preparado a lo largo de 46 años para cumplir con los clientes satisfechos que, boca a boca, llevan más clientes. Su preocupación cada día es tener, en mejores condiciones, los 10 empleados que en su punto de producción en la Concepción 1, Manzana I, Casa 11, llegan a preguntar por “El señor de las lechonas” y César Augusto Sánchez Roa sale a atenderlos con el mismo cuidado de siempre, como si el negocio comenzara ese día, si quiere que, una y otra vez, vuelvan por más.
*Sociólogo y Periodista. ha trabajado en El Tiempo, El Espectador, las cadenas radiales Todelar, Radionet y Caracol. En Madrid en Diario 16. colaborador de la BBC de Londres.
コメント