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El sol naciente herido

  • Foto del escritor: Jorge Mendoza
    Jorge Mendoza
  • 26 ago
  • 6 Min. de lectura

“En una pelea entre elefantes…. habrá una masacre de hormigas.”

Proverbio oriental.




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Este proverbio parece premonitorio ante la entrada de Japón a la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo llega el Imperio del Sol Naciente a involucrarse en el conflicto más mortífero y feroz del siglo XX, en el que los poderosos aliados occidentales enfrentaron la expansión de la Alemania Nazi? Veamos los hechos esquemáticamente:


Restauración Meiji:

En 1868 Japón rebautiza a su capital Edo como Tokio e inicia un proceso de modernización e industrialización, impulsado por cambios administrativos y políticos que resultaron en la unificación y centralización del poder y en la eliminación de los privilegios de casta. Este proceso se denominó “la Restauración Meiji”. Con la ayuda de un crédito británico de un millón de libras esterlinas se instalaron líneas telegráficas por todo el país y se construyeron vías ferroviarias, que en 1880 ya recorrían más de 180 kilómetros. Se dio prioridad a las industrias estratégicas, se impulsó la fabricación textil, se organizó un ejército nacional y una marina moderna, y se eligió un parlamento legislativo, aunque reservando todavía un gran poder al emperador.


Sin embargo, la población era consciente de las limitaciones de recursos que representaba ser un archipiélago compuesto por más de 6.000 islas, de un tamaño comparable al de Alemania o Noruega, y algo mayor que el de Ecuador. Con un 73% de suelo montañoso, ubicado en el “cinturón de fuego” del Pacífico y azotado por monzones, tifones, terremotos y tsunamis, Japón carecía de grandes recursos energéticos y mineros. Su economía a finales del siglo XIX se basaba en la pesca, ostras, perlas y algas. Por ello, el espíritu expansionista era omnipresente y casi vital para su desarrollo económico.


Corea:

La primera oportunidad que encontró Japón para mostrar el poder de su nueva organización se presentó en 1894, cuando en Corea estalló la revolución Donghak, una protesta campesina contra la corrupción y la opresión fiscal. Corea estaba bajo la influencia de su vecino China y por tanto pidió su ayuda. Tokio, por su parte, envió tropas bajo el pretexto de apoyar al gobierno coreano, pero con la intención de plantar cara a China y aumentar su influencia. Los dos ejércitos extranjeros sofocaron la rebelión, pero Japón decidió mantenerse en Corea y enfrentarse a China. Tras algunas batallas en las que superó a un débil contendor, Japón logró vencer ampliamente, y en abril de 1895 logró que se firmara el Tratado de Shimonoseki, mediante el cual China le cedió a Japón Taiwán, las islas Pescadores y la península de Liaodong (en Manchuria), además de la obligación de pagar una fuerte indemnización. Corea fue declarada independiente, aunque bajo la creciente influencia japonesa.


Manchuria:

Cuando Rusia, Francia y Alemania vieron que el dominio japonés sobre Liaodong le daba una ventaja estratégica, intervinieron diplomáticamente y obligaron a Japón a devolverla a China, pero Rusia aprovechando la situación, negoció directamente con el emperador Guangxu de la debilitada dinastía Qing, y en 1898 logró arrendar la zona por 25 años. Instaló una base militar en Port Arthur, un puerto comercial en Dalian y construyó el Ferrocarril del Sur de Manchuria, dominando así una región rica en carbón, hierro, soja y tierras fértiles. En resumen, Rusia controló el sur de Manchuria y Japón reforzó su influencia en Corea.

Sin embargo, en 1904 Japón quería más, atacó por sorpresa Port Arthur, venció en la guerra rusojaponesa y en el Tratado de Portsmouth obtuvo la cesión del arrendamiento de Manchuria, el control del ferrocarril y el reconocimiento de su supremacía en Corea. China y Rusia fueron los grandes perdedores.


China:

En 1931, China seguía sumida en el llamado “siglo de la humillación” en el que había sido obligada a ceder zonas a potencias extranjeras mediante tratados desiguales. El 18 de septiembre de ese año, oficiales japoneses sabotearon la línea ferroviaria en Mukden y culparon a China, usando esta acción de “falsa bandera” como excusa para ocupar Manchuria. En 1932 instauraron el Estado títere de Manchukuo bajo el emperador Puyi, quien había sido emperador de china y obligado a abdicar en 1912, tras la Revolución de Xinhai que dio paso a la fundación de la República de China. La Sociedad de Naciones condenó la agresión, pero no adoptó sanciones efectivas.


En 1937, Japón lanzó una invasión a gran escala. La República de China estaba gobernada por el Kuomintang liderado por Chiang Kai-shek, con capital en Nankín y no pudo evitar la invasión japonesa a su territorio continental. Japón tomó Pekín, Shanghái y en Nankín perpetró una masacre en la que murieron más de 300.000 civiles. La guerra sino-japonesa se extendió por casi 8 años. Las bajas chinas totales (civiles y militares) rondaron entre 15 y 20 millones de personas. El conflicto forzó la alianza entre el Kuomintang y el Partido Comunista, que cesaron temporalmente sus disputas para enfrentar la guerra contra el invasor.


Estados Unidos:

Tras su victoria sobre España en 1898, EE.UU. había ocupado territorios estratégicos en el Pacífico como Guam, Hawái y Filipinas. Pero el orgullo de japón, convertido en arrogancia, quería todavía más, y en medio de la guerra que los gigantes occidentales libraban en Europa, en 1940 decidió unirse al eje fascista de Italia – Alemania, en el convencimiento que podía lograr vencer a sus enemigos comunes. (la hormiga mordiendo la pata del elefante). En diciembre de 1941 atacó simultáneamente diversas colonias británicas y neerlandesas en Asia, además de iniciar la campaña contra Filipinas. Manila cayó en enero de 1942 tras una cruenta batalla en la bahía de Corregidor, obligando al general Douglas MacArthur a refugiarse en Australia.


El 7 de diciembre de 1941, 353 aviones japoneses atacaron el puerto militar estadounidense de Pearl Harbor, hundiendo o dañando 21 buques, 200 aviones y causando unas 2.500 bajas. Al día siguiente el presidente Roosevelt declaró la guerra a Japón, y Alemania e Italia respondieron recíprocamente contra EE.UU.


En junio de 1942 tuvo lugar la Batalla de Midway en la que el ejército estadounidense venció a Japón y destruyó 4 portaaviones, 248 aviones y dio de baja a más de 3.000 soldados. Allí comenzó el retroceso nipón. En octubre de 1944, en la batalla de Leyte, el general Douglas MacArthur lideró la recuperación de Filipinas y destruyó gran parte de la marina japonesa.


Uranio y plutonio:

Como vimos en el artículo “El día de la victoria” publicado en esta revista, en el mes de junio pasado, la derrota de Alemania e Italia en la segunda guerra mundial, se consolido en mayo de 1945, con la toma de Berlín por parte de los ejércitos aliados. Sin embargo, en el frente del pacífico los ejércitos de EE.UU., China y la URSS seguían avanzando y debilitando a los japoneses que insistían en su empeño expansionista. Las batallas de Iwo Jima (febrero-marzo de 1945) y Okinawa (abril-junio de 1945) fueron las más sangrientas. En Okinawa, los kamikazes y la resistencia japonesa causaron cientos de miles de víctimas incluidos civiles, pero al final vencieron las fuerzas aliadas.


El 26 de julio de 1945, la Declaración de Potsdam exigió la rendición incondicional de Japón. Reino Unido, EE.UU. y China la firmaron; la URSS no, pues aún no había entrado en guerra contra Japón. Tokio respondió usando la expresión “mokusatsu”, una palabra ambigua que occidente interpretó como rechazo. En ese momento el presidente Truman ya tenía el informe de su equipo científico, en el que anunciaba la terminación del proyecto Manhattan que le daba a EE.UU. la capacidad de emplear el arma más letal de la historia humana: la bomba atómica.


El 6 y 9 de agosto de 1945: se utilizaron las dos bombas producidas por el proyecto: “Little Boy”, de uranio, lanzada sobre Hiroshima, y “Fat Man”, de plutonio, sobre Nagasaki. Murieron más de 200.000 personas inocentes y las secuelas de la radiación perduraron por muchos años en la población japonesa. Estas acciones llevaron a la rendición de Japón el 15 de agosto y al fin de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico. El 2 de septiembre siguiente, a bordo del acorazado estadounidense “USS Missouri”, anclado en la bahía de Tokio, los representantes del gobierno japones y de los gobiernos aliados, firmaron la rendición incondicional del imperio del sol naciente.


En ese momento se inició para el mundo la era de la “disuasión por el terror” que mantiene el equilibrio de poder entre las potencias, basándose en la posibilidad de que cualquier escalada bélica puede terminar en una confrontación nuclear, que en la práctica podría acabar con la especie humana.


Epílogo:

Así pues, 80 años más tarde, China prepara la conmemoración de la victoria sobre Japón con portentosos desfiles militares, condecoraciones a los veteranos, foros, simposios y exposiciones, y con invitados muy especiales de las naciones aliadas. Esperamos que el 3 de septiembre (en China se celebra el 3 por cuestión de horarios) sea un día muy recordado en el futuro pues Xi Jinping ha invitado, entre otros mandatarios, a Vladimir Putin y Donald Trump. Sería la foto histórica de los 3 presidentes lideres del nuevo mundo multipolar.

Sin embargo, es triste que la humanidad evolucione basada en el miedo. Que la política internacional tenga como su principal herramienta un arma de destrucción tan letal, que implique la posibilidad de la autodestrucción. Definitivamente, algo está mal. Tal vez algún día la evolución se base en la búsqueda del bienestar a escala planetaria. Que así sea.


*Jorge Mendoza, Economista, especialista en Economía Internacional

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