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Cada año lo mismo: Santa Marta se ahoga en agua y olvido

  • Valeria Del Mar
  • hace 6 días
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: hace 3 días


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En Santa Marta, las lluvias volvieron a escribir la misma historia de siempre, pero esta vez con heridas más profundas. En un barrio de la ciudad, como a cientos de vecinos, el agua les entró sin permiso. Su casa quedó hecha un barrizal: muebles rotos, cocina inservible, paredes húmedas y el piso convertido en un lodazal donde una madre de familia se resbaló y se cortó el pie. La herida se le infectó, y hoy permanece en la clínica, mientras su familia intenta rescatar lo poco que queda entre el barro y la peste. Y al mismo tiempo estar pendiente de su estado de salud. Dos tragedias para una sola familia y este es solamente uno de los casos que se presentaron después de la tormenta que azotó la ciudad en días pasados.

 

Santa Marta volvió a vivir lo que parece un mal sueño que nunca termina. Este agosto de 2025, la lluvia cayó con fuerza, más de 155 milímetros en sólo cuatro horas, lo que normalmente llueve en un mes entero. En cuestión de horas, más de 60 barrios quedaron inundados. Las calles se transformaron en ríos, los andenes desaparecieron bajo el agua y las casas, que durante años han soportado humedad, se convirtieron en charcos con paredes agrietadas y techos que ceden ante el peso del agua.

 

Los barrios más afectados son los de siempre: Pescaíto, Bastidas, Timayui, Diecisiete de Diciembre, Luz del Mundo, San Fernando, Once de Noviembre, Gaira y Taganga. Allí, cientos de familias lo perdieron casi todo: muebles flotando, neveras dañadas, colchones podridos por la humedad y niños que intentan dormir en medio de la peste del lodo. Algunas familias, según los reportes oficiales, recibieron colchones, frazadas, ventiladores, estufas y agua potable. En total, más de 2.100 familias fueron censadas como damnificadas. En barrios como Pescaíto y San Fernando se retiraron más de 150 metros cúbicos de lodo, y la maquinaria trabajó día y noche para abrir paso en las calles bloqueadas.

 

El alcalde Carlos Pinedo Cuello recorrió algunas de estas zonas, declaró calamidad pública y activó la campaña “Santa Marta te necesita” para recolectar mercados, ropa, colchones y agua. En lugares como Timayui entregaron kits de aseo, mercados y colchonetas a decenas de familias, y en otros sectores, como la IED Olivos, repartieron más de 120 mercados. Pero la pregunta que muchos se hacen es la misma de siempre: ¿de qué sirve todo esto si las casas están llenas de barro, si la cocina está inservible, si el gas se cortó, si no hay electricidad? Los mercados con fríjoles y arroz son bienvenidos cuando hay hambre, pero no devuelven los muebles arruinados ni las paredes caídas.

 

Cada vez que la lluvia golpea, la ciudad repite el mismo guión. Se anuncia la emergencia, se entregan ayudas, se toman fotos y se promete que esta vez sí se harán las obras que se necesitan. Pero el agua vuelve, y vuelve a arrasar con la poca estabilidad que la gente logra reconstruir. Mientras se celebran aniversarios y fiestas, mientras se anuncian proyectos en papeles y reuniones, los drenajes siguen colapsados, las alcantarillas sin mantenimiento y los barrios más humildes cargan con las peores consecuencias.

 

El cambio climático es real y ha hecho que las lluvias sean más fuertes y prolongadas, pero eso no significa que la ciudad tenga que vivir siempre bajo el agua. Lo que falta no es dinero para mercados, sino planeación verdadera: canales que funcionen, reubicación para quienes viven en zonas de riesgo, y obras que duren más que la temporada de lluvias. Porque la ayuda alimentaria es un alivio temporal, pero no levanta paredes ni recupera colchones empapados.

 

Santa Marta no se está hundiendo solo por la fuerza de la lluvia, sino por la falta de soluciones que se prometen, pero no llegan. Y cada año, las familias samarias vuelven a poner su esperanza en que esta vez sea diferente, mientras barren el lodo y tratan de cocinar un plato de arroz sobre un piso que todavía huele a barro.


Estudiante de 8° grado,

13 años de edad.

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