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El conflictivo legado de Francisco

  • Foto del escritor: Alvaro Echeverri Uruburu
    Alvaro Echeverri Uruburu
  • 28 abr
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 1 may

A raíz de la muerte del Papa Francisco, lo que muchos alaban como su legado no parece fácil que su sucesor en el trono pontificio esté dispuesto a continuarlo.  O mejor, no creemos que ese cuerpo de la aristocracia eclesiástica, el Cónclave, elija a uno de entre sus miembros emparentado ideológicamente con el Papa fallecido.

 

Y eso no por las reformas importantes aunque relativamente modestas adelantadas por Francisco, sino por su ejemplo o,  como se dice en el argot eclesiástico, su “testimonio” inequívocamente rupturista con muchos elementos característicos y tradicionales de la iglesia romana.

 

Sin duda, lo que más se ha destacado con insistencia por estos días, aunque no lo más importante de su pontificado, ha sido su opción desde el principio por una vida modesta, alejada del boato, la  riqueza y esplendor característicos por siglos de una institución que se nutrió del poder Imperial desde Constantino.

 

Al paciente lector le sugeriramos ir a Google para revisar aquellas imágenes que se conservan de las apariciones públicas del Papa Pío XII, llevado en andas por miembros de la aristocracia romana y rodeado de una parafernalia digna de los faraones egipcios.

 

Si bien, después del Concilio Vaticano II celebrado a mediados del siglo pasado (1963 – 65) los papas adoptaron comportamientos más sencillos, nunca renunciaron a la vida palaciega del Vaticano y al empleo de ciertas prendas lujosas producidas por empresas de moda prestigiosas, a diferencia de Francisco que fijó su residencia en un convento de monjas y prescindió de las vestimentas ostentosas originarias del siglo XVI.

 

Pero más confrontacionales con la tradición eclesiástica, la constituyeron sin duda la posición y las medidas tomadas por Francisco con respecto a la comunidad homosexual, no solo negándose a juzgar a sus miembros, en contra de la concepción sostenida por la iglesia durante siglos, considerando su comportamiento como “pecado contra natura“,  y disponiendo además que podían recibir la bendición eclesiástica, sin  aceptar con todo el matrimonio de parejas homosexuales.

 

Este revisionismo moral del Papa, para los sectores conservadores parecía coherente con su formación como Jesuita.  Se recuerda como desde de Pascal y los Jansenistas franceses del siglo XVII, se ha acusado a los miembros de la compañía de Jesús de predicar una moral laxa y tolerante con respecto a comportamientos calificados por la iglesia como pecaminosos.

 

Francisco inició la ruptura con la secular misoginia de la iglesia sin llegar al sacerdocio femenino como muchos sectores deseaban- designando a mujeres en importantes cargos de responsabilidad clerical, pero igualmente del gobierno del Estado Vaticano.

 

Sus preocupaciones por el medio ambiente- “La casa común”- recogidas en su primera Encíclica “Laudatio Sí”, así como la necesidad de acoger al gran número de emigrantes que llegaban a Europa expulsados por el hambre y las guerras en sus países de origen, fueron vistas por los sectores tradicionalistas como asuntos ajenos al papel pastoral del Sumo Pontífice.

 

Las invocaciones de Francisco a favor de los más pobres y oprimidos del mundo, para los opositores internos y externos del Papa, parecían revivir un discurso en desuso en la Iglesia desde los tiempos de la condena de Juan Pablo II a la “teología de la liberación”.

 

A todo lo anterior, habría que agregar las restricciones impuestas a la celebración del ritual tridentino de la misa (el latín y el sacerdote de espaldas a los feligreses),convertido en elemento confrontacional de los tradicionalistas.

 

La apertura del Papa a otras creencias religiosas que  iba más allá del diálogo interreligioso, como la oración conjunta con los clérigos y en los templos de los considerados hasta antes del Concilio Vaticano II como herejes, contribuyó al desmonte definitivo del viejo dogma sectario del catolicismo “como única religión verdadera”.

 

Las acciones y determinaciones de Francisco por tanto, han contribuido inequívocamente a profundizar la división de la Iglesia entre conservadores y progresistas, nacida a raíz de las reformas aprobadas por el mencionado Concilio Vaticano II y resentidas desde entonces por un buen número de sectores del clero y los seglares. Por este motivo, parece muy difícil que su sucesor recoja y desarrolle su legado sin provocar un cisma que ha permanecido latente durante todos estos años.

 

Según informa la prensa, en forma abierta y pública, el cardenal  Gerhard Ludwig Müller,  ha “calentado el ambiente” que rodeará al próximo Cónclave, amenazando con un cisma si decisiones como la bendición de parejas homosexuales y las relaciones con otras religiones, particularmente con el Islam, no se revisan a profundidad, vale decir, si no son revocadas por el próximo Papa.

 

La trayectoria del elegido en el Conclave como Sumo Pontífice de la iglesia de Roma, nos dará algunas pistas hacia dónde se orientará ésta en los próximos años y de los conflictos que sin duda tendrá que enfrentar esta milenaria institución.


Ex-Costituyente 1991. Ex-Magistrado Consejo Superior de la Judicatura. Magister en Ciencia Política.

 

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