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Foto del escritorEsperanza Niño Izquierdo

Una política Mockusiana para Santa Marta

La cultura de una nación reside en el corazón y en el alma de su gente”. (Mahatma Gandhi)

 “La cultura es el ejercicio profundo de la identidad.” (Julio Cortázar)

 

A la ciudad de Santa Marta -primera ciudad fundada en nuestra República- en la Constitución de 1991 y recogiendo el mandato del Congreso, se le otorgó el ostentoso título de Distrito Turístico, Cultural e Histórico. Muy seguramente, los constituyentes la concibieron en un sueño idílico con estas destacadas características, movidos por el deseo de que en sus futuros desarrollos legales llegará a ser la verdadera “Perla de América”, cultural e histórica. 

Al dársele el carácter de Distrito implicaba un reconocimiento administrativo especial en lo concerniente a la disposición de mayores recursos y políticas que condujeran a ser realidad el axioma propuesto. Decimos que fue un sueño idílico, en el entendido que han pasado casi 33 años, y las distintas administraciones de este Distrito, al parecer, nunca se percataron de esta importante designación constitucional y todo lo que implica dicha responsabilidad para que no fuera un simple texto cargado de buenas intenciones.

Hace poco menos de ocho años que Santa Marta viene cambiando su aspecto desordenado, desvencijado, desaseado, sin contar con su descontrolado crecimiento. Sin embargo, la ciudad tiene una particularidad que la hace excepcional, junto con Cartagena y Barranquilla especialmente, y es el flujo de turistas que cada día se acrecienta desmesuradamente, desbordando la posibilidad de establecer un turismo ordenado y de calidad. De otra parte, influyen factores exógenos como la migración de ciudadanos extranjeros que poco a poco se van estableciendo como habitantes de calle o en invasiones de los cerros, elevando los niveles de pobreza y, a su vez, incidiendo en los índices de violencia que ya azotaba nuestra ciudad.

Miraremos con detenimiento algunos de estos factores que pesan de manera determinante en el comportamiento ciudadano, punto central al que queremos referirnos.

Hacemos la salvedad de que en épocas de temporada baja, no se presenten las mismas circunstancias de desgreño y caos en calles y playas. Lo que sucede es que en épocas de turismo masivo se acrecientan los problemas y aparecen otros, ahondando la problemática de la “incultura ciudadana”.

El concepto de “cultura ciudadana” se ha definido como “el conjunto de valores, actitudes, comportamientos y normas compartidas que generan sentido de pertenencia, impulsan el progreso, facilitan la convivencia, conducen al respeto del patrimonio común y facilitan o dificultan el reconocimiento de los derechos y deberes de los ciudadanos”. Pero, en la praxis, estos conceptos sociológicos presentan variables que es preciso examinar para lograr una comprensión de todo lo que implica este concepto.

Hablar de valores, actitudes y normas compartidas es partir a la inversa en una comunidad donde campea el caos. Esto es fácil comprobarlo con sólo salir a las calles tomando la Troncal del Caribe, entrar al Rodadero para salir por el Ziruma a Santa Marta, en medio de las motos y bicicletas que se atraviesan tanto a los automóviles y busetas como a los peatones. Se montan en los andenes en su desenfrenada velocidad, transitan en contravía llevando en sus máquinas grandes o pequeñas a tres o cuatro personas entre adultos, niños, bebés, televisores, canecas o colchones; también es el caso de los ciclistas (mejor bicicleteros) que, transitando en contravía por las principales calles de la ciudad, llevan un sucio cartel ofreciendo a los automóviles y peatones “Hotel” o “habitaciones turísticas” sin inmutarse.

Las motos son un problema de especial atención, pues muchas no llevan espejos retrovisores, levantan sus placas evitando cualquier fotografía o la intervención de las autoridades de Tránsito (cuando aparecen), porque bien escasos son en el caos reinante de la ciudad. Los semáforos para todos ellos y para algunos taxistas son como arbolitos de Navidad, pues hacen caso omiso de sus señales.

Para más detalle, encontramos los embotellamientos en las vías del Rodadero causados por las motos y bicicletas estacionadas sobre la vía, impidiendo el paso de vehículos y personas, los vendedores ambulantes de frutas, verduras, artesanías, sombreros, vestidos, baratijas, etc.; es de resaltar la suciedad que generan especialmente los vendedores de frutas y por supuesto los compradores que no tienen miramientos al tirar a la calle las cáscaras de las frutas que consumen. Así pues, hablar de actitudes, comportamientos y normas compartidas que generan sentido de pertenencia, nos llevan a revisar cada uno de estos componentes para desglosarlos y comenzar por decir que debemos partir de la necesidad de entronizar en cada ciudadano nativo o visitante de la ciudad el concepto de pertenencia antes de insistir en cumplimientos de normas y otras nociones de convivencia.

Las últimas administraciones lograron darle, en alguna medida, una nueva cara a la ciudad, construyendo avenidas con luminarias, pequeños parques por toda la ciudad, dotados de máquinas para realizar ejercicios que sirven especialmente a la tercera edad, los polideportivos; es de resaltar también la mejora sustancial en los malecones del Rodadero y de la bahía de Santa Marta, que tuvieron un alto costo en el presupuesto de la ciudad, para enunciar algunas obras que han propiciado un cambio importante en la infraestructura y amueblamiento urbano, en la búsqueda de convertir la ciudad en un mejor centro turístico.

Lamentablemente, la mayoría de estas obras han sido parcialmente desmanteladas y algunas destruidas en un corto tiempo, dejando al descubierto el poco valor que los ciudadanos de la ciudad le otorgan a lo público. Implica este concepto que las personas no son conscientes de la responsabilidad que les atañe como miembros de la comunidad, pues lo público es lo que pertenece a todos, es el exterior de una sociedad, es su máximo patrimonio. Así pues, lo público es la imagen de la ciudad, pero ¿Quién hace la ciudad? ¿Quién le da esa imagen? ¿Quién la construye como tal, con sus costumbres, sus usos, en un todo, su identidad? Es preciso reconocer, entonces, el valor, el de lo público, que tiene como sustrato la convicción de cada ciudadano en su individualidad, la importancia de cuidar esos recursos que son patrimonio propio, pero también, del otro, de los otros, de los demás. Este comportamiento es generador de otros comportamientos positivos en los demás ciudadanos y así sucesivamente hasta alcanzar a toda la colectividad.

Adquiere entonces importancia el concepto de ciudad como lugar en el que se desarrolla la cultura. La ciudad, más que un territorio, es “un estado de ánimo, un conjunto de costumbres y tradiciones, de actitudes y de sentimientos organizados dentro de estas costumbres transmitidas mediante la tradición” (Park & Burguess, 1974, pág. 1). Esto es, la exteriorización individual y colectiva de lo que somos, de nuestra riqueza que deseamos sea admirada, de nuestros símbolos. (Por ejemplo, se levantaron las esculturas de los indios Tayrona que representaban “La fuerza, el empuje y la cultura de los hermanos mayores”, instalados en una pequeña glorieta del malecón del centro de la ciudad y nunca se supo su último destino). El orgullo de las “playas más lindas de Colombia”, la flora y la fauna del corregimiento de Minca enmarcada entre caídas y cascadas de una belleza natural inusitada. La riqueza contenida en el museo Tayrona del Centro Histórico, que guarda los vestigios de una de las culturas ancestrales del Departamento, entre otras características.


Los visitantes nacionales contribuyen al caos.

Pero he aquí el nudo central del asunto: La conducta francamente “antisocial” de la gran mayoría de turistas que visitan nuestra ciudad.

El turista colombiano, especialmente al llegar a esta ciudad, pareciera que sufre un desdoblamiento de personalidad, dejando al descubierto todas sus inhibiciones reprimidas, para convertirse en un ser desbocado, que no siente que es su hogar, su hábitat, sino un lugar en donde se puede actuar sin ningún control, excediéndose sin límites. No observa reglas de conducta, de vestimenta, desarrolla un comportamiento asocial, agresivo, abusivo. Olvidando que no es exclusivamente un simple consumidor dentro de la ciudad, sino un ser que debe consideración a los otros: “Es la responsabilidad individual que tiene que ver con reconocer la alteridad, es decir, reconocer al otro”, que todos se benefician de la ciudad y que debe entender que no se está solo en el mundo.

Santa Marta se ha venido caracterizando por ser una ciudad que adolece de cultura, calificada como la más maleducada de Colombia y, para mayores males, sucia, tal como lo registran los recientes estudios e informes de prensa publicados por Blu Radio, que demuestra la posición de primera ciudad más maleducada entre las 20 capitales regionales más destacadas del país.

El estudio realizado por la plataforma de Preply concluyó: La ciudad de Santa Marta con “mayores carencias en términos de educación cívica...Es decir…mal estacionamiento de vehículos, falta de recogida de heces de mascotas, maltrato a los animales, irrespeto a las normas de tránsito…arrojar papeles o ensuciar las vías públicas…no respetar los semáforos en rojo…” Estos son algunos de los resultados de la encuesta realizada por la citada plataforma. También en días pasados el Periódico El Informador destacaba la falta de conciencia ciudadana bajo el título “Vuelve y juega”. Sigue la falta de cultura ciudadana en Santa Marta, que denuncia cómo se utilizan los contenedores de basura para arrojar desechos o escombros de construcción o de aserrín, con lo cual contaminan y ponen en peligro la salud pública, sin que las autoridades tomen cartas en el asunto.

También aconsejamos a las autoridades del Distrito detenerse a leer el informe de Caracol Radio del 4 de abril pasado, que trata sobre “el bloqueo, las ventas informales y la falta de agua que puso en jaque el turismo en esta ciudad” . Destaca, además, los problemas coyunturales de bloqueos, las desmedidas ventas informales en el Rodadero por parte de ciudadanos venezolanos que afectan directamente al comercio formal, además de generar “una mala imagen al destino”.

 

Ahora bien, si queremos tener un verdadero Distrito Histórico, Cultural y Turístico, todos debemos trabajar en ello. Se trata de construir ciudad, de invertir los recursos públicos en mejoras y ornato. En calzar los andenes del centro histórico, que son una verdadera trampa para los transeúntes. Cuando no hay huecos, los postes de luz se hallan casi en el suelo en medio de los estrechos andenes; los “Habladores” (1) de las casas de interés cultural destruidos o sin mantenimiento; los cables de la luz convertidos en tenebrosas marañas, que cuelgan peligrosamente sobre las calles del casco urbano.

En fin, serían innumerables las obras que se deben emprender para lograr el cometido constitucional que concibe a Santa Marta como Distrito Cultural, Histórico y Turístico. Sin embargo, es preciso advertir a la administración su deber de cumplir a cabalidad con su gestión pública para lograr el cometido constitucional. “Esa gestión se logra a través de políticas públicas, compuestas por una serie de decisiones o de acciones intencionalmente coherentes, tomadas por diferentes actores, públicos y a veces no públicos—cuyos recursos, nexos institucionales e intereses varían—a fin de resolver de manera puntual un problema políticamente definido como colectivo” (Subirats, Knoepfel, & Varone, 2012, pág. 38). Esto se materializa en el desarrollo de programas, “actos formales, con un grado de obligatoriedad variable, tendientes a modificar la conducta de grupos sociales, a resolver en el interés de grupos sociales que padecen los efectos negativos del problema en cuestión” (Subirats, Knoepfel, & Varone, 2012, pág. 38).

Por tanto, este resultado se obtiene con la decidida intervención de la administración, pues es de mayor importancia la socialización de valores entre los de los samarios a través de planes de educación ciudadana, como otrora lo hiciera el alcalde Mockus en Bogotá. Mediante programas continuos de civismo, se debe buscar introyectar en las personas el deber de “cuidar a su ciudad”, exaltar y devolver el sentido de pertenencia, que tan necesario es para engrandecer con el grano de arena que cada persona, habitante de esta ciudad ponga en esta casa, su casa. "Surge -de este sentido de pertenencia-, la identificación de los ciudadanos con el lugar que habitan para impulsar una conducta determinada y permitir la construcción de una sociedad mejor o peor, según el tipo de cultura que exista”, (Ripostory, Javeriana, Serrano Ariza Maria Isabel 2017),

Santa Marta merece imponer una cultura ciudadana encaminada a convertirse en lo que quiso el Constituyente del 91, un Distrito Turístico, Cultural e  Histórico, poniendo a su servicio los recursos que además recibirá para la celebración de los 500 años de su fundación.


Abogada, Magister en Administración pública, Subcontralora de Bogotá. Autora de la obra Mujeres rescatadas del olvido.(Ed EKEPSY,2023) colaboradora de la revista Columna 7, Santa Marta.


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3 Comments


Luis Ospina
Dec 04

Buen artículo sobre el desorden de nuestra querida Santa Marta. Desorden y caos causado en su mayor parte por la ineptitud y corrupción de las administraciones municipales.

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Jorge Mendoza
Jorge Mendoza
Jul 02

Creo que al mismo tiempo de una campaña educativa de civismo, haría falta un poco de control policivo más estricto. Habría que empezar por reeducar a las autoridades y al cuerpo de policía.

Algún dia se logrará.

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Guest
Jul 01

Las políticas públicas para mejorar la cultura ciudadana son un tema importante y complejo. Requieren un enfoque integral que involucre a diferentes actores de la sociedad, como el gobierno, las organizaciones comunitarias y los ciudadanos. Algunas medidas clave podrían ser: campañas de educación y concientización, mejoras en los espacios públicos, fomento de la participación ciudadana y el voluntariado, y sanciones efectivas para comportamientos incívicos. Es un reto que demanda compromiso y trabajo conjunto para construir una sociedad más respetuosa, solidaria y comprometida con el bien común.


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