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María Jimena Strasorier

Perspectiva de género en el lenguaje

Actualizado: 17 jun

La comunicación es una interacción humana donde los significados cobran sentido en función de un determinado contexto, en línea con un modelo cultural, un espacio y tiempo, una evolución histórica. En toda sociedad, la producción del discurso es seleccionada y redistribuida por una parte respetable de ésta, que dicta las reglas de significación de lo que nos rodea. Esto es lo que sucede con el lenguaje tal como lo concebimos desde que tenemos uso de razón: sus estructuras significativas no son más que un sistema de exclusión establecido explícita e implícitamente por la sociedad, con la aprobación de una Real Academia Española integrada por un grupo selecto y reducido de personas, que decidió y decide qué significación debe ser y cuál no, dejando entrever más allá de la utilización de una palabra u otra, un gran componente sexista de la lengua española actual. A este fenómeno se lo conoce como lenguaje gínope. La ginopia se define como “miopía o ceguera a lo femenino, el no ver a las mujeres, el no percibir su existencia ni sus obras [...] Se entiende como una omisión, generalmente no consciente, naturalizada y casi automática a la realidad femenina. Se habla de gínope para calificar a sujetos, grupos u organizaciones que mantienen una práctica o patrón invertebrado de omisión y exclusión en el discurso y en la práctica, a la realidad de lo femenino o de las propias mujeres” (Hernández Alpízar, 2010). En este contexto, los nuevos tiempos se encuentran con un complejo pero necesario debate: ¿qué discurso transmitimos a través del lenguaje? Y he aquí la puja de un colectivo de mujeres y personas no binarias que hoy convergen y cuestionan al poder simbólico, proponiendo un uso neutral y no estereotipado del lenguaje que permita producir y reproducir discursos sociales incluyendo a la sociedad toda. Es por ello, que al momento de construir mensajes, la comunicación se plantea no sólo como instrumento de lucha en el campo simbólico de la pugna por el poder, sino también ineludible para abrir ésta batalla entre distintos agentes y clave para la conquista de un cambio social tan necesario como real en los tiempos que acaecen. Siguiendo los estudios de Alda Facio y Lorena Fries sobre ‘Feminismo, género y patriarcado’, en una cultura en que el lenguaje no registra la existencia de un sujeto femenino, se podría concluir que o no existen las mujeres o éstas no son vistas como parte de dicha cultura. Al mismo tiempo, el uso de un lenguaje que prescinde del sujeto femenino consolida y proyecta una sociedad en donde la mujer no vale lo mismo que el varón. Así pues, el lenguaje, en las sociedades patriarcales refleja dos cuestiones: por un lado, objetiva la situación de la mujer inmersa en dicha cultura, y por otro, mantiene y reproduce tal situación. El poder de la palabra inquiere en la capacidad de escoger los valores que guían a una sociedad, pero más aún, radica en el poder de ser parte en una determinada realidad que históricamente excluyó a las mujeres. Entonces, esta modalidad lingüística, instalada con su estructura y usos sociales sin discusión, es acaecida por la propuesta novedosa de instaurar el lenguaje no sexista, con los fines de sobreponerse para adquirir el status de ciencia. Una de las expresiones más claras del ejercicio del poder masculino en el lenguaje, es el que progresivamente la voz hombre sirviera para denominar tanto al varón de la especie como a la especie toda y, la creación de reglas gramaticales que permitieran que lo masculino pudiera tanto excluir como incluir u ocultar a lo femenino, mientras que relegan lo femenino a la categoría de “específico” y “particular” de ese sexo (Facio y Fries, 2005). El diccionario es un buen lugar para comprobar la centralidad de lo masculino y la marginalidad de lo femenino. Por ejemplo, los adjetivos están siempre en su forma masculina en los diccionarios de la lengua española, agregándoles una “(a)” para las formas femeninas. Los nombres de los animales son otro ejemplo interesante: CABALLO m. Animal solípedo doméstico. YEGUA f. Hembra del caballo. Con sólo estos dos ejemplos podemos comprobar que lo masculino es la norma o el paradigma y lo femenino es “lo otro” o lo que existe sólo en función de lo masculino o para lo masculino (Facio y Fries, 2005). Similarmente sucede con la descripción de ambos sexos, observemos: FEMENINO, NA: Débil, endeble. AFEMINAR: Hacer perder a uno la energía varonil. VARONIL: relativo al varón; esforzado, valeroso y firme. HOMBRADA: Acción propia de un hombre generoso y esforzado. FUERTE: Animoso, varonil” (Urrutia, 1976). De este modo, es posible observar que el lenguaje no es neutral sino que tiene una perspectiva claramente masculina, presentando a las mujeres como seres inferiores. Tal es el ejemplo proveniente del diccionario, que indica que “ser mujer” es “haber llegado una doncella a estado de menstruar” mientras que el “ser hombre” significa “valiente y esforzado” y que no es lo mismo ser una mujer pública que un hombre público, ya que la primera es una ramera y el segundo es “el hombre que interviene públicamente en los negocios políticos” (Facio y Fries, 2005). Expositivamente, como los varones han tenido el poder para definir las cosas que nos rodean, casi todo lo han definido desde su perspectiva, por lo tanto, sólo las cosas y valores que éstos han definido, están aceptados como válidos en nuestra cultura y por ende, esta cultura es predominantemente masculina. Es todo esto y más, lo que conllevó a llamar la atención de varias lingüistas que, recientemente han concluido acerca del importante rol que juega el fenómeno de los términos “marcados” en la consolidación de lo femenino y las mujeres como “lo otro”, lo no universal, lo particular y específico (Facio y Fries, 2005). En este escenario, el lenguaje no sexista propone que los términos “hombre” y “mujer” sirvan para contrastar los miembros masculinos y femeninos de la categoría más grande de “personas”, siendo ésta la palabra adecuada para abarcar a la totalidad de la humanidad, en reemplazo de “los hombres” o “los seres humanos”, como actualmente se suele denominar a este todo. La proposición “hombres” debe desestimarse para referir a la humanidad toda, ya que dicha palabra no representa ni incluye a ambos sexos en el término. En este tipo de oposiciones, el término más general es el “no marcado” del par, mientras que el otro, el que tiene un sentido o una definición más restringida, es el “marcado”. El término marcado es más específico mientras que el no marcado es general, siendo, en este impulso de lenguaje no sexista, la mujer establecida en el campo de lo específico e incluida en el campo de lo universal. Desde la concepción de los derechos humanos, esta “especificidad” o “particularidad” de lo femenino es representativa del principio de igualdad, ya que en el escenario del lenguaje no sexista, le otorga a las mujeres los mismos derechos de ser incluidas como parte, evitando caer en la “subvaloración” que actualmente les otorga el lenguaje estereotipado. Hoy en día, los derechos que las mujeres y personas no binarias demandan, son entendidos como demasiado “específicos” para formar parte de los derechos humanos universales, y por lo tanto, se plantea un arduo trabajo por delante respecto a un lenguaje con perspectiva de género que no deje a nadie afuera. El lenguaje es representativo de un sistema patriarcal excluyente, donde resulta importante comprender que la manera en que utilizamos el habla no sólo refleja y comunica los hábitos y valores de una determinada cultura, sino que los conforma, los fija e instaura como única y exclusivamente válidos en el escenario social. Avanzar y trabajar en la inclusión lingüística, se plantea sumamente necesario para los tiempos que acontecen.


María Jimena Strasorier


Licenciada en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Especializanda en Comunicación Pública de la Ciencia y Periodismo Científico. Docente investigadora en temáticas de género y políticas públicas.

 

Córdoba, 2024

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