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La Linterna de Diógenes. ¿Vive la Buena fe?

  • Foto del escritor: Luis Eduardo Ávila Gómez
    Luis Eduardo Ávila Gómez
  • 23 jun
  • 6 Min. de lectura

No sé qué ocurrió, ni cuando, ni cómo. No tengo una explicación razonable. Creo que no es reciente pero su pérdida es irreparable. es cosa del pasado, una añoranza, un recuerdo remoto, nostálgico. No habrá bloque de búsqueda para encontrarla, probablemente se encuentre en los anaqueles oxidados de los desaparecidos.


No hay recompensa por ella. Le pregunte a los mayores y dicen que aún conservan parte de ella pero en la que queda ya no confían, que llegaron tiempos sin memoria y que simplemente la enterraron. “No hay nada que hacer”, dice con desconsuelo alguien que confió que su vecino, a quien le prestó lo que había ahorrado en su vida y ya en la cornisa de la indigencia dijo que lo había perdido todo, que no le había vuelto a ver. Algo similar ocurrió a quien siempre respetó y honró como su mayor virtud la herencia de sus padres y ese mismo tesoro fatalmente lo llevó a la ruina.


Dicen que todos sus haberes los entregó en calidad de préstamo a un predicador que hablaba palabras de amor a la humanidad y servicio a los menesterosos. Se fue, desapareció como tragado por la tierra. De él, tiempos después en las redes se publicaron fotografías y videos dando cuenta próspera vida. Allí se enteró que no fue la única que había quedado en la miseria. Nada, absolutamente nada volverá a ser igual, en adelante todo será distinto, pocos se acostumbrarán a ese cambio, que como he dicho, no sabemos, quién, cuándo y cómo ocurrió, pero desapareció. Sin duda se tomarán las debidas precauciones. Las víctimas que aprendieron la dura lección dicen que la desconfianza es su mayor y efectivo antídoto, que la precaución es una buena consejera.


Nadie podrá garantizar nada, así esté por escrito, pues también lo escrito es un medio para que siga perdida, esta vez en los laberintos kafkianos de un sistema judicial lerdo que contribuye a que no aparezca. Recuerdo haberla conocido, me la presentaron mis mayores. Fue su más precioso legado, mis padres la lucieron con honor, tuvo tanto valor como su propia vida: sinónimo de carácter, de respeto, propio de humildes campesinos, trabajadores, de madres que amamantaron sus vástagos con sus valores, de uno que otro gobernante, de ejemplares maestros, todos la honraban como algo sacro.


Todo ese pasado no volverá. Profanada, vulgarizada, irrespetada, ultrajada, desueta, suena ridícula. Sus transgresores la utilizan de acuerdo con sus innobles propósitos. Se han enriquecido y envilecido, han conquistado a través de ella el poder, potenciado sus negociados, han arruinado fortunas y acrecentado otras nuevas. Ya no tiene valor, es caduca, impotente, atemporal, diría que fue enterrada en el muladar como un mendigo que no tiene deudos.


Sí, hablo de la Buena Fe, del honor de la palabra, ¿la recuerdan?, podría afirmar que aún quedan algunas señales vitales. Que está en la UCI. Que iluso creer que sobrevivirá. Su registro de nacimiento es inmemorial, tan antiguó, para la memoria que la recogió ingenuamente y la erigió como valor el Constituyente del 91.


Desde entonces sólo está escrita como letra muerta, como añoranza, como quimera, algo indefinido es o no es, se presume. Andrés Bello la tomó de buena fe de la ley napoleónica, la consagró como: “la buena fe es la conciencia de haber obrado conforme a derecho”. Sí, es un principio fundante de la sociedad y un valor al punto de presumirse. La relación de la buena fe con la palabra, fue elevada a la cima del honor: “palabra de honor”. Otros le atribuyeron como depositarios a los tahúres que prefirieron entregar su fortuna, acuñando la expresión: “palabra de gallero” como señal de que los jugadores eran más confiables que predicadores. También se le dio connotación de género cuando se decía “palabra de hombre”. hoy ya no se puede decir así, y si se llegase a decir, esté prevenido de inmediato, aplíquese el antídoto de la desconfianza. De hecho, conozco mujeres con más firmeza, compromiso y palabra.


Pacta sun servanda. Los pactos, acuerdos o convenciones son para cumplirlos. De no haberse expedido su certificado de defunción, la sociedad toda sería distinta, los jueces y magistrados se ocuparían de otros asuntos, no existiría congestión judicial por procesos ejecutivos o exhaustivas investigaciones por estafas y la venganza no tendría tantas estadísticas forenses. Los gobernantes no serían procesados por corrupción, los curas no tendrían acusación de pederastas si cumplieran su juramento, los consumidores no desconfiarían de la calidad, cantidad y propiedades de los productos, los periodistas no tendrían sesgos, preferirían la verdad antes que el amarillismo o sensacionalismo y respetarían la dignidad humana. Los banqueros no tendrían los billonarios rendimientos, los estudiantes y maestros se ocuparían de la investigación y la ciencia, no plagiarían; los constructores darían las garantías de sus diseños, materiales, calidad y estabilidad de la construcción; los contratistas aportantes a campañas no se quedarían con los anticipos para asegurar su inversión electoral; tampoco los interventores participarían de los saqueos al tesoro público; los kilos tendrían mil gramos y los litros mil mililitros. Lo blanco sería blanco y lo negro, negro. Las sentencias de los jueces serían prontas, cumplidas, sucintas, respetables y no se hablaría de la existencia de carteles de las togas.


En esta ideal sociedad, los hospitales recibirían el adecuado presupuesto, los enfermos sus tratamientos y medicinas, sin más trámites burocráticos ni tutelas y los empleados cumplirían horarios de servicio en sus misiones, no serían tan imprescindibles y rotundos. Los documentos todos serían auténticos, los títulos de algunos encumbrados lo serían por sus esfuerzos, no apócrifos o dudosos y los condenados lo serían por los tiempos impuestos en la sentencia con la posibilidad real de resocialización. No habría bacanales, fiestas, privilegios, celdas de cinco estrellas. Los guardias no traficarían estupefacientes, armas, traslados y prisiones domiciliarías, y las calles estarían más segura, los niños en las escuelas, habría juegos en los parques y no jíbaros.


Entonces la Buena Fe tendría de nuevo sentido. A falta de la palabra se he visto el tránsito al documento. Algunos recordarán el también extinto papel sellado, lleno de escudos, que imprimían la solemnidad de los actos. Allí se estampaba con la firma, una declaración de honor ante el depositario de la fe, el notario, que avalaba la validez del acto. Raro resultaba que la tierra no midiese lo allí consignado. Extraño que fuese suplantado el vendedor y que el comprador fuese estafado o que el comprador simulase un vendedor de su propia cuerda y alegar ser tercero de buena fe. Improbable resultaba que el apostador no pagara la deuda, que se pagara con dinero falso o que la celebración del negocio o tronche fuese con licor adulterado. Las mercancías provendrían de orígenes verificables, y en ese culto por lo extranjero, el contrabando sería aventura de unos pocos. La industria nacional respaldada por las acciones gubernamentales se desarrollaría, tendrían crédito a tasas no especulativas y los trabajadores lo serían en igualdad de condiciones de género.


Las oficinas de impuestos liquidarían el tributo conforme al patrimonio y las facturas de los servicios no se verían robustas como sus gerentes. ¿Ya advierten lectores, la falta que hace la Buena Fe y la palabra? Yo sé que no es un problema local. Que hasta en el mismo Vaticano suceden cosas tan mundanas y más, también sé que se ha vuelto más endémico en nuestro medio. Hagan una pausa en su lectura y recuerden experiencias propias y cercanas y vean que tan expuestos estamos a sus letales efectos por su carencia.


Porque en otras legislaciones es sancionada con severidad, con cárcel si de impuestos se trata, aquí la trampa se tiene como sinónimo “viveza”, su premio un escaño en la pirámide del poder, jugosos contratos, previas coimas y sobrecostos o adiciones. Rendimos inexplicablemente culto a una riqueza mal habida, le decimos éxito o prosperidad e incluso le llamamos suerte, le llamamos el undécimo mandamiento “no darás papaya” y duodécimo “no perderás papaya”. Su última aparición está en la Constitución Política de Colombia, en su artículo 83 dice que se presume que partimos de ahí, esta buena fe es lealtad, transparencia, confianza recíproca de gobernantes y gobernados.


La buena fe, permite exaltar los valores de Cervantes en su obra cumbre, esa relación del Quijote con Sancho Panza los conduce por los caminos de la lealtad, el honor, la verdad y la justicia. Obrar de buena fe es empatía, establecer relaciones auténticas que promueven la integridad y una sociedad con valores es una garantía de seguridad; todo esto va en camino de la extinción, siempre habrá un aventajado que saque provechó de la ingenuidad al que en adelante se le juzgará, se le dirá lapidariamente: ¡eso le pasa por pendejo!



Diógenes de Sinope 400 A.C. filósofo de la escuela de los cínicos, recorría las calles, los teatros, el ágora de Atenas a plena luz del día, portaba una linterna encendida y buscaba con paciencia un hombre honesto, virtuoso, auténtico, justo, incorruptible, con seguridad encontró la escondida virtud. De manera espléndida, el pintor flamenco Jacob Jordaens, lo retrató semidesnudo y sonriente, linterna en mano y una multitud que le acompaña en su búsqueda. ¿Será que lo encontró o que busca lo que no existe? Cínicamente el pintor les imprime a todos los personajes del cuadro una risa burlona hacia el filósofo, quizás ellos sepan la verdad.


*Abogado

6 Comments


Guest
Jul 06

Un artículo que revive el valor de “la palabra” , el compromiso honesto, la virtud del respeto por lo dicho.

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Jorge Mendoza
Jul 01

Esa lámpara fué apagada por el individualismo, el consumismo y sobre todo por la codicia. Muy buen artículo.

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Guest
Jul 01

El hombre vale lo que vale su palabra

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FERNANDO OSPINA
Jul 01

Y será muy difícil encontrarla, pasarán los días, los meses y los años, pero en nuestras mentes, los que fuimos criados con valores, estará el recuerdo del principio de la buena fe y que de ahí parte nuestra historia.

Excelente artículo, bien documentado.

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Guest
Jul 01

Su lectura fue traer a mi memoria recuerdos de mi infancia y en especial de mi viejo, para quien la palabra comprometida era garantía de compromiso y respeto. Un abrazo

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