Hay una voz generalizada: libertad para todas las personas, las especies, las comunidades. La especie humana no es la única víctima del pensamiento bélico.
El planeta y nuestro país, Colombia, debe tener una política urbana sobre la tierra, el agua, el suelo urbano, la vivienda popular y el bienestar colectivo. Una política del Bien común con sentido ecológico, en eso avanzamos muy poco, casi nada.
En las ciudades pequeñas, medianas y grandes, está más del 70 % de la población. La búsqueda de la igualdad, la libertad y la no violencia debe tener un pie en las ciudades. La paz con la naturaleza debe nacer allí, en los centros de consumo, en los centros de poder.
El espacio urbano es el lugar de la mutación más violenta de la especie: la de ciudadano a consumidor. Hemos perdido el rumbo, caminamos en medio de la depredación, hacia el consumo total. No se trata de ciudades sostenibles, tampoco de aquella inmensa paradoja autodestructiva famosa hace unos años de que el que contamina paga.
El desarrollo sostenible impulsado desde Rio 92 fue lo que nos temíamos: el principio del fin. El argumento utilizado por los lideres de la manada más autodestructiva, la especie humana, llevados de la mano y como ciegos por los machos alfa, más depredadores de la evolución.
¿Y ahora qué?
Avanzar en la memoria de la destrucción, de la depredación, de la extinción de la fauna y de la flora. La respuesta no está en seguir discutiendo soluciones pasajeras que solo prolongan la agonía. Debemos enfrentarnos a las raíces del problema: Aquí seis secretos escondidos debajo del pavimento
1: Desmantelamiento de las grandes corporaciones que controlan el agua y los recursos urbanos: Los recursos esenciales deben regresar a manos de la comunidad. Las empresas que lucran con el agua, la energía y el suelo urbano deben ser despojadas de sus privilegios, y sus bienes reintegrados a un sistema de gestión común.
2: Resistencia activa en las ciudades: Los ciudadanos deben recuperar sus espacios. Esto implica una resistencia activa en contra de la gentrificación, de los megaproyectos inmobiliarios y de los intereses especulativos. Las ciudades no pueden seguir siendo centros de extracción para el capital.
3: Economía post crecimiento: Es urgente una ruptura con el dogma del crecimiento perpetuo. La solución no está en "mejorar" o "hacer más verde" el modelo actual, sino en abolir la lógica del crecimiento económico infinito que nos está llevando al colapso. Debemos diseñar economías que reduzcan el consumo y restauren los ecosistemas.
4: Educación para la desobediencia: No necesitamos una educación que perpetúe el statu quo, sino una que fomente la desobediencia civil ante las leyes injustas y los sistemas opresores. Los ciudadanos deben aprender a cuestionar, a rebelarse, a organizarse.
5: Poder descentralizado y comunidades autónomas: La solución no vendrá desde arriba. Los gobiernos centrales, atrapados en la lógica del poder y el capital, no resolverán la crisis. Necesitamos un poder descentralizado, con comunidades autónomas que gestionen sus recursos y tomen decisiones según sus necesidades, no las del mercado.
6: Tecnología al servicio de la comunidad, no del capital: La tecnología, como está estructurada hoy, solo sirve a los intereses del capital y perpetúa la explotación. Debemos apropiarnos de la tecnología para ponerla al servicio de las comunidades y no de los mercados. Solo así podremos usarla para crear ciudades realmente libres de la manada.
No necesitamos una promesa que nos lleve al cielo. Solo queremos una escalera para ir descubriendo, en cada peldaño, lo que somos capaces de hacer sin los jefes de la manada. Quitarles las banderas del ecologismo, debe ser un deseo inquebrantable.
*Sociólogo de la Universidad Cimplutense de Madrid. Profesor Universitario . Investigador en Ciencias Sociales
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